IDEAS

Las relaciones (o amistades) peligrosas

JOSEP MARIA POU

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Esto ha sido un portazo como el de Nora al final de 'Casa de Muñecas'. Sin vuelta atrás. El ruido del portazo me despertó, este viernes por la mañana, con cara de tonto. Sobre todo, porque la noche anterior, ya de madrugada, apagué el televisor después de ver cómo los analistas políticos titulaban sus portadas virtuales con algo así como: "El Reino Unido se queda” y “Los británicos votan por seguir en la UE”, con una seguridad y un optimismo que les suspende como futurólogos a pie de urna.

Sorpresa morrocotuda, lo confieso. No lo esperaba. Ni por lo más remoto. Y gran disgusto, al mismo tiempo. Porque tengo la sensación de que no son ellos los que se van, sino que soy yo al que echan de su lado, como el amigo pobre del que uno se avergüenza en los saraos de palacio. Los ingleses y el protocolo. Los ingleses y la insularidad. Los ingleses y los restos del imperio. Caray con los ingleses.

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Me imagino a la condesa viuda de Grantham (altiva Maggie Smith) por los pasillos de Downton Abbey, respirando aliviada: “Echadlos a todos. Que no quede ni uno. Con cuidado de que no ensucien las alfombras. Y cerrad con dos vueltas de llave”. O al terrateniente Lord Marchmain (distante Laurece Olivier) sonriendo feliz en la hacienda de Brideshead poco antes de recibir los últimos sacramentos: “Y con esta buena acción, todo queda redimido”. 

Raros, lo que se dice raros, los ingleses lo han sido siempre. Y difíciles, por no decir retorcidos, en sus relaciones. No en vano entendieron 'Les liaisons dangereuses' ('Las relaciones peligrosas', en buena traducción) mejor que los propios franceses, y se la hicieron suya, primero en el teatro, en 1985, en una gran producción de la Royal Shakespeare, y luego en el cine, en 1988, con Glenn Close y Malkovich convertidos en fieras por Stephen Frears.  

¿Y ahora, qué hago yo con mi verano? Porque el disgusto del desplante no se me quita en semanas. Pensaba estar unos días en Londres, alimentándome de buen teatro, y hacer luego la digestión en Stratford-upon-Avon, rindiéndole mi particular homenaje a Shakespeare, pero no sé si tengo ganas de viajar a cara de perro. Lo pensaré.

Por cierto, hablando de titulares, Shakespeare -siempre Shakespeare- nos brinda dos títulos suyos que vienen como anillo al dedo para empezar a hablar de lo sucedido: 'La comedia de las equivocaciones' y 'Trabajos de amor perdidos'.

Mucho error, sí, mucho error. Y mucho tiempo perdido.