Memoria de un político clave de la Transición

Boyer, convicciones y alergias

Como ministro de Felipe González puso las bases de la modernización económica de España

JOAN TAPIA

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Trabajé con Miguel Boyer cuando era el superministro del primer Gobierno socialista en el periodo 1982-85. En perspectiva, creo que disfruté de una magnífica beca porque aprendí de Boyer mucho más de lo que aporté porque él intuía muy bien lo que quería comunicar. También creo que su contribución a la normalización política (alguien dijo con razón que la transición acabaría cuando la izquierda gobernara) fue fundamental.

A veces la política económica de los socialistas, por voluntarismo, dogmatismo o exceso de ambición, acaba descarrilando. A finales de 1982 -cuando Felipe González ganó la gran mayoría absoluta- ya se veía que el dogmatismo y las nacionalizaciones conducían al Gobierno socialista francés de Mitterrand (elegido en 1981) a un callejón sin salida. En Francia el error no fue demasiado grave porque la presidencia de la República tiene muchas facultades y Mitterrand supo y pudo rectificar (con Jacques Delors). Pero en España un fracaso económico del primer Gobierno socialista podía desestabilizar la incipiente democracia. Y en parte no fue así porque González confió las riendas de la economía a Boyer, un hombre riguroso (su primera licenciatura y su gran afición era la física) y de firmes convicciones pero alérgico al dogmatismo y a la confusión. Boyer, educado en el Liceo Francés, creía en el Estado, en que la integración de España en la economía mundial era lo meta más progresiva y que se debía montar un Estado del bienestar (como los europeos) pero sabiendo que nada es gratis y que los servicios sociales cuestan dinero que viene de los impuestos.

Su primera medida fue devaluar la peseta un 8% para recuperar la competitividad perdida. Fue decretar que España era mas barata frente a sus competidores. Más pobre. Y para que la inflación no se comiera el sacrificio era imperativo hacer una política monetaria (entonces dependía del Banco de España) y presupuestaria de rigor. No se podía incrementar el gasto social -educación, sanidad universal y revisión de las pensiones- sin recaudar más y eso exigía modernizar Hacienda: poner ordenadores para que el IRPF no fuera casi voluntario e instaurar el delito fiscal. Y el Estado tampoco podía sostener empresas públicas inviables, lo que exigía una dura reconversión industrial (siderurgia, naval…) que reducía empleo.

Quizás la decisión mas aparatosa fue la expropiación de Rumasa (1983) que la derecha presentó como un ataque a la propiedad privada. Para Boyer era una exigencia de racionalidad económica. El Estado no podía permitir que un imperio empresarial, moroso con Hacienda y la Seguridad Social y que cubría las pérdidas a través de 23 bancos que pagaban extratipos, siguiera campando a sus anchas. Tampoco lo podía dejar caer como un castillo de naipes. Hubo expropiación pero (decepcionando a algún ministro) no nacionalización sino devolución -tras saneamiento- al sector privado. Así hoy parte de la actividad de Freixenet o del Banco Sabadell (Atlántico) viene de la antigua Rumasa.

Boyer era alérgico al dogmas y creía que la mejor política económica debía acompasarse con la de los países europeos mas eficientes, que había estudiado desde el servicio de estudios del Banco de España. Como consecuencia era un socialdemócrata atento a los informes más liberales de la OCDE. Y tras su salida del Gobierno en julio de 1985 porque Alfonso Guerra no quería dejar de ser el vicepresidente único (y González necesitaba a Guerra para el referéndum de la OTAN de 1986) se fue distanciando del PSOE.

En 1996 debió creer que convenía la alternancia y apoyo a Aznar. Recuerdo que mas tarde me lo defendió diciendo que era un hombre rudo pero que a veces tenía razón. España no tenía que agradecer nada a ETA si dejaba de matar porque era sencillamente su obligación. Pero la guerra de Irak fue demasiado y acabó distanciándose. También fue receloso ante el euro. España quizás no podía quedar al margen de la moneda única pero si seguía perdiendo competitividad por una inflación mas alta y no podía devaluar acabaría produciéndose un brutal incremento del paro. Y en el 2010, cuando defendió al gobierno Zapatero, lanzó un aviso muy actual: "Hay que reducir el déficit, pero el ritmo que marca Alemania lleva a la recesión. Y la recesión manda al paro a gente preparada y cierra empresas. Resultado: menos ingresos y mas paro. Hay que romper este círculo vicioso para volver a crecer o entraremos en una espiral terrible". Le pregunté si Europa podía imponer a Alemania un cambio de política económica y me volvió a repetir lo que Paul Samuelson, el gran economista keynesiano de Harvard, le dijo cuando nació el euro: "se van ustedes a meter en la cama con un orangután". Era lúcido.

Periodista.