Dos miradas

Borboteado

Las dos últimas intervenciones del Papa se acercan más a la distendida conversación de café que a la pontificia alocución

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Quizá resultará, al final, que el Papa es demasiado jovial y demasiado directo y demasiado alejado del protocolo. Sus dos últimas intervenciones se acercan más a la distendida conversación de café que a la pontificia alocución. Es cierto que las declaraciones más recientes han sido hechas en un avión. La altura no es una excusa, pero sí ese tono distendido que tienen las palabras dichas de pie ante los corresponsales, para amenizar el vuelo y para demostrar -en cierto modo lo han hecho todos los papas desde que hay aviones- que puede haber espacio para la relajación cerca del cielo. Pero resulta que ha lanzado dos mensajes de la altura de un campanario, una imagen que, ahora y aquí, me parece la mar de acertada. Primero, que el puñetazo como reacción ante un insulto a la madre es un acto lícito, incluso permitido y casi inevitable, de tan humano. Segundo, que los católicos no es necesario que procreen como conejos. Entre paréntesis: por suerte lo ha dicho en masculino, porque el nivel de torpeza habría aumentado notablemente si hubiera aludido a las conejas.

En el primer caso, se esconde una cierta justificación de la violencia, por lo menos la inmediata. En el segundo, da un sonoro cachete a todos los que quieren convertir la vida marital en una fábrica con exceso de estoc, a mayor gloria del Señor. El Papa quizá deberá controlar su lado bondadoso y el exceso de lenguaje coloquial. Su antecesor era de hielo. Él es un champán que se agita y borbotea.