mi hermosa lavandería

'Blue moon'

dominical  numero 622 seccion coixet

dominical numero 622 seccion coixet / periodico

ISABEL COIXET

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Se levantaron tarareando la misma canción, aunque no al mismo tiempo. Él dormía mal e invariablemente se despertaba antes que ella. Era su primer verano juntos y, a veces, cuando sus miradas se encontraban, había un pozo sin fin de ilusión e incertidumbre entre ambos, relámpagos de dicha, palabras que se quedaban suspendidas en el aire, a medio camino entre el te quiero mucho y creo que te quiero mucho. A veces, ese abismo se hacía minúsculo y se besaban como adolescentes y no existían el tiempo ni los años que habían vivido el uno sin el otro. Él hablaba a menudo de las mujeres de su pasado, que ella imaginaba como una caravana de hurís en el desierto, listas para aparecer en cualquier momento en los lugares más insospechados. Ella era más discreta y con un código de honor estricto y firme. Procuraba evitar nombres, situaciones, comparaciones: las decisiones de otro tiempo, los encuentros, le habían hecho quien era, pero un pudor enraizado en el respeto le pedía silencio. Sabía que todos embellecemos el pasado y que nos gusta jactarnos de cosas que no fueron tan gloriosas cuando las vivimos.

 Estaban solos por fin, después de algunos días con amigos de ella. La mañana era cálida y corría una brisa que hacía entrechocar las hojas de los olivos. La cafetera azul emitía un soplido que a ella le recordaba una tos asmática. Tomaron café debajo de los árboles, magdalenas, avellanas y peras. Había muchas peras en el jardín y las moscas se estaban dando un festín con ellas. Él habló de los desayunos de su niñez y del lugar donde se celebraban los cumpleaños en su barrio. Ella pensó en aquel día de su cumpleaños en que su madre le prometió que podía desayunar lo que quisiera y ella dijo: “Aceitunas rellenas mojadas en Coca-Cola”. Pensaron en las películas que verían aquella noche, en la comida que tenían que preparar, aunque a él no le gustaba la ceremonia de cocinar y preparar la mesa, como no le gustaban el orden o las anchoas.

Se intercambiaban materiales fragmentarios sobre sus respectivas infancias con la timidez y el orgullo de los gatos que depositan pájaros muertos a los pies de sus amos. Se bañaron en la piscina y se colocaron al sol en lugares opuestos para secarse. Se enfrascaron en sus libros. De cuando en cuando, se acercaban a besarse y respirar el aire del otro. Luego se separaban y esos interludios hacían que quisieran aún más estar juntos. Ella se quedó dormida con el libro en la cara. Cuando despertó, él estaba flotando en un colchón hinchable en la piscina. Le vio ahí, con una mano en el agua, llevando la colchoneta de un lado a otro, despreocupado, libre y feliz, y se dijo que no creía que le quería, que sabía que le quería. Empezó a tararear en voz baja 'Blue moon' y él, sonriendo, sin abrir los ojos, la acompañó.