El nuevo escenario político europeo

Bipartidismo imperfecto

Los sistemas electorales filtran las preferencias hacia el fin de la hegemonía de dos grandes partidos

JOSEP BORRELL

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La crisis del euro, las trasformaciones de la economía mundial, las innovaciones de la era digital y los flujos migratorios, están provocando un cambio sociológico. Y este, a su vez, modifica la representación política. En varios países europeos, esos cambios se sintetizan en lo que se llama el fin del bipartidismo, entendido como la alternancia sistemática en el poder de dos grandes partidos, con algún tercero en discordia que no puede ganar y solo puede hacer perder a uno de los dos grandes o completar su mayoría. Y en otros, como Alemania, el bipartidismo así entendido se ha convertido en una alianza permanente de los dos grandes, incapaces cada uno por su parte de formar gobierno ni con el auxilio de terceras fuerzas. Una especie de monopartidismo sintético.

En España, en las pasadas elecciones europeas emergieron nuevas fuerzas políticas. Las recientes andaluzas lo han confirmado, aunque las expectativas de Podemos no se hayan cumplido y las de Ciudadanos/Ciutadans se han superado. Pero algunos cambios son ya estructurales. El primero es que al PP le ha salido un competidor por el voto del centroderecha. Hasta ahora no había en España un partido liberal como en Alemania o Reino Unido, ni un partido de extrema derecha como en Francia. El PP integraba esos votos potenciales en una amalgama que le daba la fuerza de la unidad frente a un sistema electoral que prima las mayorías. El PSOE tenía a su izquierda una fuerza política heredera del PCE, más empeñada en quitarle la mayoría que en completarla. El pacto entre ellos nunca fue deseado por ninguna de las partes y con su declive electoral no fue siquiera una opción posible. Eso también ha cambiado. La emergencia de otra fuerza política de izquierdas con mayor atractivo electoral que el de IU abre , guste o no, otros escenarios de lo posible.

Concentrada implantación territorial

Desde que los socialistas perdimos la mayoría absoluta y mientras el PP no la tuvo, CiU completó las mayorías relativas de unos y otros. Lo pudo hacer gracias a que su concentrada implantación territorial les da una gran prima representativa. Compárese sino el desmesurado coste en votos de un diputado de IU frente al de uno de CiU. La estructura competencial del Estado debe mucho a las cesiones, o peajes para pactar apoyos, no sobre las grandes líneas de un programa de gobierno, sino sobre el reparto territorial del poder.

Ahora, en Andalucía ni el PP ni el PSOE tienen mayoría absoluta. El PP nunca la tuvo, ni tampoco tenía pareja de baile. Era el todo o el nada. En realidad, el PSOE hace tiempo que perdió esa mayoría. No es una novedad que Susana Díaz tampoco la haya conseguido. Lo nuevo es que ahora tampoco tiene con quien pactar. IU, escaldada, no quiere, pero tampoco podría. Y las fuerzas emergentes ponen condiciones acordes con el nuevo papel que pretenden representar y con sus expectativas en las próximas elecciones generales.

Al final, alguien tendrá que abstenerse para facilitar un gobierno en minoría. Repetir las elecciones no serviría para nada, dada la gran diferencia entre el primero y el segundo y más aún con el tercero. Pero los socialistas andaluces no han logrado una mayor estabilidad. En realidad, con los mismos 47 diputados tienen menos que antes. Y aunque repetir resultados en escaños ya era difícil , no es menos cierto que por el camino se han dejado casi 120.000 votos con respecto a un censo mayor que en las pasadas elecciones.

El ejemplo del FN en Francia

Pero las expectativas cuentan a la hora de juzgar los resultados. Le ha pasado al FN en Francia. En las elecciones departamentales no ha sido el primer partido, pero sus resultados, con el 25% del voto, son impresionantes. En el 2011 obtuvo el 10%. La derrota del PS, con el 21 %, y de la izquierda en general ha sido grande, aunque menor que la esperada. En Francia, más que en España, ya no se puede hablar de bipartidismo. Este también se desvanece en el Reino Unido, donde acaban de empezar las legislativas. Dos partidos, el de los independentistas escoceses del SNP y el de los eurofóbicos del UKIP, se presentan con más fuerza que la de los liberales, mientras que laboristas y conservadores están empatados en un tercio de los votos cada uno.

Pero los sistemas electorales filtran las preferencias de los electores hacia el fin del bipartidismo. En Francia, el FN con el 25 % de los votos, solo tiene el 1 % de los escaños en las asambleas departamentales y ninguna presidencia. Lo mismo pasa en el Reino Unido con su sistema mayoritario. Y en España, y en Catalunya, con la prima al voto en las provincias menos pobladas. Mientras el sistema electoral no recoja en sus resultados esas tendencias de fondo, tendremos un bipartidismo imperfecto. Con el riesgo de que los ciudadanos desconfíen del sistema político, precisamente por la falta de representatividad de sus representantes.