Una disciplina emergente

Biomimesis, emulación inteligente

La naturaleza lleva 3.500 millones de años explorando casi todos los campos imaginables

Biomimesis, emulación inteligente_MEDIA_2

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RAMON FOLCH

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«Todo lo que no es tradición es plagio», dijo Eugeni d'Ors. La sentencia está grabada en un friso del Casón del Buen Retiro, el palacete de Madrid en que convivieron las alegorías barrocas de Luca Giordano con los alegatos cubistas de Picasso. D'Ors sostenía que la verdadera creatividad reinterpreta la herencia cultural; si no, se limita a plagiar a quienes la reinterpretan. Seguramente llevaba razón. Los escritores recurren a alguna de las lenguas que ya existen y cultivan alguno de los géneros ya inventados. Su originalidad se circunscribe a contrariar creativamente las fórmulas expresivas que les precedieron.

Tal forma de proceder no hace sino trasladar a las maneras humanas los procesos evolutivos. La mayoría de las especies actuales no aparecen en el registro fósil, simplemente porque antes no existían, pero todas surgieron de las que ya había habido. Desde hace 3.500 millones de años la vida se replica mediante reproducciones sucesivas. Ha tenido margen temporal pues, para la prueba, el ensayo y la selección. La vida es empírica. La teorización es un constructo cultural humano, es decir un artefacto inmaterial muy moderno, porque los primeros humanos aparecieron en la Tierra hace solo 3,5 millones de años, que sepamos. La vida es mil veces más antigua que los humanos. Cuando llegamos nosotros, casi todo ya había sido intentado, ensayado y seleccionado.

La ciencia química tiene cuatro días; los fenómenos químicos, miles de millones de años. Por cada componente sintético que creamos, hay otros mil naturales previos. Nuestros laboratorios, de hecho, plagian. O, si se quiere, reelaboran la tradición química heredada. Mejor verlo así, si no queremos incurrir en ridículas infatuaciones de pervenu. ¿Qué es la robótica al lado de una mosca? No gran cosa. Así que inventar es plagiar o cuando menos emular. De ahí surge la biomimesis, una actividad tecnocientífica que busca nuevos productos en viejas soluciones de la naturaleza. El caso clásico es el del velcro, inventado en 1941 por el ingeniero suizo George de Mestral al observar los abrojos que se agarraban al pelaje de su perro cuando el animal correteaba por el campo. Hay muchos más, desde el morro de los AVE diseñados por Talgo, que emulan las soluciones aerodinámicas de pico y cabeza de las aves migradoras, hasta los sistemas de ecolocalización de los murciélagos, que inspiraron el sónar y el radar. Justamente se exhibe en estos días en la Roca Barcelona Gallery la exposición Biomimesis, el diseño inspirado en la naturaleza, que muestra un buen número de productos creados biomiméticamente.

A veces se trata de reproducir formas, a veces de emular materiales, a veces de imitar procesos o sistemas. Por la exposición desfilan productos como los ventiladores y mezcladores diseñados por Pax Scientifics, que reproducen las formas espiraladas de los nautilos y de los lirios; como las pinturas Lotusan, que hidrofugan superficies al conferirles la textura de las hojas del loto, que repelen el agua; o como los trajes de baño de competición LZR Races Tri Comp Suit, que reproducen la resbaladiza piel de los tiburones. Se muestra cómo la hormona llamada exendina-4, presente en la saliva y otros fluidos orgánicos de un determinado lagarto de los desiertos de México y Estados Unidos, capaz de mantener los niveles de azúcar en sangre durante los periodos de no nutrición, ha permitido desarrollar un componente útil en la lucha contra la diabetes. O cómo se logró hacer pelotas perfectamente esféricas combinando piezas poligonales, tal como las abejas encajan hexágonos para construir sus panales. Incluso se explica por qué las proporciones áureas de La Gioconda desprenden tanta inefable sensación de belleza.

Tal vez sea hora de incorporar los principios de la biomimesis al diseño de los sistemas sociales. En este caso, se trataría de reconocer las pautas ancestrales de comportamiento y aplicarlas a los procesos sociales o políticos. O de contrariarlas estudiadamente, claro. No somos como queremos creer que somos y por eso no nos comportamos como esperaríamos comportarnos. A menudo, el prejuicio ideológico o religioso ignora la preexistencia biológica o prescinde de ella. ¿Cuáles son nuestras verdaderas razones áureas morales? Valdría la pena pensarlo, ahora que ya conocemos la tradición biológica a que remitirse o de la que desmarcarse. En todo caso, deberíamos abandonar la zafia costumbre de plagiar prejuicios. No sé si el Guernica de Picasso rescata la tradición mural de la Alegoría del Toisón de Oro de Giordano o si plagia su moralizante intención social. Lo cierto es que hereda su arte, su destreza y su función. Con la biomimesis ocurre lo propio. La creación conlleva grandes dosis de emulación. Visiten Biomimesis y piensen en ello.