Análisis

Bienestar amargo

XAVIER MARTÍNEZ-CELORRIO

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Hasta un 40% de los empleados españoles llegaban a recibir en sus buenos tiempos una cesta de Navidad. Un regalo o retribución en especie que, en sí mismo, delataba cuál era nuestra posición de estatus y en cuánto se valoraba. Si sus productos eran más o menos selectos y exquisitos reflejaban el mayor o menor estatus del receptor o lo poco o mucho que se le valoraba. Muchas veces era objeto de crítica y de mofa por la mala calidad del whisky o los turrones. Otras veces, se exhibían como cestas caras llenas de delicatesen en las grandes superficies. Eso sí, casi todas con el tradicional jamón, ese símbolo de la España cristiano-vieja que impuso la centralidad de la carne porcina para distinguirse de judíos y moriscos.

Las cestas de Navidad se siguen asociando al paternalismo heredado de la cultura franquista. Como los regalos de Reyes para los hijos de trabajadores de la Seat y otras grandes empresas de la época. Una tradición que ya se ha suprimido. Ahora la extinción llega a las cestas navideñas. A pesar de formar parte de algunos convenios laborales. A pesar de ser defendidas como un derecho más o como parte del salario emocional que nos vincula al trabajo. Con la crisis, llegó su supresión.

Su origen remoto es una tradición pagana de intercambio de regalos ('sportuale') en honor a los dioses romanos, mucho antes que el papa Liberio decretara la fecha de Navidad en el año 354 de nuestra era. Seguimos reproduciendo las fiestas saturnales del solsticio de invierno en honor al dios Sol, ahora traducidas como fiestas navideñas. Seguimos haciendo regalos por estas fechas de fin de año, animando el consumo interno y haciendo que el sector comercio facture en estas fiestas un 25% de todas las ventas del año. La vida continúa, más amarga y austera, pero siempre se abre paso y con ella vamos reproduciendo viejos rituales culturales que nos trascienden.

Movimiento tectónico

La extinción de la cesta de Navidad por parte de las empresas es un pequeño signo cotidiano del bienestar amargo que vivimos. Puede parecer un tema menor y hasta gracioso pero refleja bien la microdesposesión de bienestar que sufrimos con una crisis que no se acaba porque ha venido para quedarse. Micropérdidas de un bienestar recortado que se vive como una involución, como un paso atrás muy súbito y, sobre todo, muy injusto. Sin perspectivas claras que esto remonte.

Los tecnócratas suelen llamar 'ajustes de la crisis' lo que los sociólogos llamamos descenso social y empobrecimiento. El impacto de la crisis ha sido un enorme movimiento tectónico de placas, como en las películas de catástrofes. Algunas montañas salen intocables pero sus valles y llanuras se han venido abajo de golpe. Las políticas regresivas han acabado de hundir a clases medias y trabajadoras en un foso con diferentes niveles y largos escalones. Mientras tanto, las montañas ahora son mucho más altas. En suma, un nuevo escenario con mayores desigualdades y enormes desniveles. Un descenso social masivo y prolongado que produce ese bienestar amargo de saberse desposeído de forma injusta. Hasta en los detalles más pequeños.