Besugos

La expresión 'diálogo de besugos' nunca debió irse de nuestro paisaje sonoro inmediato. Porque en eso estamos.

Nigel Farage, en su encuentro con Trump.

Nigel Farage, en su encuentro con Trump. / TWITTER

MANEL FUENTES

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Hay una expresión que hace tiempo que no oigo. Diálogo de besugos. Siempre salía al paso, para subrayar el absurdo y descoordinación absoluta entre lo que alguien decía y lo que contestaba su interlocutor. Las palabras sirven para hacer aflorar la realidad. La subrayan y así nos hacen conscientes de ella. La expresión 'diálogo de besugos' nunca debió irse de nuestro paisaje sonoro inmediato. Al desaparecer dejó sin visibilidad la brecha existente en nuestro dialogo público.

¿Desidia? ¿Desazón? ¿Silenciamiento consciente? Es evidente que la política, actuando como brazo armado de los lobis, ha ido dejando gente molesta en los márgenes. Personas expulsadas, ya no solo de sus sueños, sino también huérfanas de sus opciones políticas tradicionales. Dejaron de sentirse representadas.

Muchos políticos se callaron y dejaron de compartir la parte más vergonzante de nuestro pasado reciente con los electores. La de la burbuja inmobiliaria, financiera y de deuda, con la complicidad y aquiescencia de los gobernantes y sus consecuencias. Todos callaron y no se atrevieron a contar que el mundo necesita mucha menos gente para funcionar. Que el pleno empleo es una gran mentira. Que los servicios públicos, incluidas las pensiones, están en jaque. Que lo que los gobiernos públicos elegidos por sufragio pueden hacer es mucho menos que lo que deciden los gobiernos privados. Que los políticos hoy cada vez tienen menos margen para actuar, porque la gente tiene menos margen para trabajar, cobrar y pagar impuestos. Que nadie manda sobre el sistema financiero ni sobre los que de verdad son ricos.

ESCUCHADOS POR LOS PILLOS

Desengañados y silenciados, muchos electores abandonaron un debate que ya no era el suyo, mientras los políticos minimizaban la abstención, importándoles solo sus escaños. Pero el malestar seguía allí. Un campo minado de semillas de odio y hartazgo, mientras el sistema aparecía cada vez más como un callejón sin salida. Los que plantaban su descontento al margen se sintieron escuchados por los pillos. Tenían con quién identificarse. Caña al sistema, 'brexit', Le Pen, Trump… ¿Iba a solucionar sus problemas? No, pero les tendieron la mano. Sacaron el puño. Mostraron su rabia. Prometieron la Luna. Venían de fuera del sistema político tradicional. Y por cada ataque que recibían de él, más amados eran. Quien vive en los márgenes ya aúpa a sus nuevos becerros de oro. Pero, ¿cuál es el dialogo?

Todo el mundo quiere ser escuchado y reconocido pero además para que la cosa avance se necesitan soluciones posibles y satisfactorias. Si no, no hay diálogo feliz. Solo hay un grito que antes de verse frustrado, va a ser capitalizado por los pillos. «¡Tengo un problema!». «¡Sí, todos son una plaga!». Así que, ¿qué tal si recuperamos la expresión? Diálogo de besugos. Porque en eso estamos.