tú y yo somos tres
Belén no puede más
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
FERRAN MONEGAL
Balbuceante, sollozando, triste, angustiada y con una profunda zozobra existencial Belén Esteban exclamó en el Sálvame Deluxe (T-5), en plena madrugada dominical: «Voy a ser muy sincera. Estoy pensando en dejar Sálvame... ¡No puedo más!». Y a partir de ahí las lágrimas se fundieron con la ira, y sus compañeros de plató le decían, le advertían, que esta especie de hundimiento, o hartazgo, o tragedia personal, no era más que la consecuencia de más de 10 años sentada en un plató haciendo de su vida el objeto morboso para el consumo de las masas. Hombre, el retrato de sus compañeros es acertado. Pero se han quedado cortos. También la cadena, y la productora del programa, y ellos mismos -además de nosotros, la audiencia, con nuestro voyerismo voraz- han contribuido a esta demolición o aplastamiento vital del personaje. No busquen ni un milígramo de delectación en mis palabras. Su grito de «¡No puedo más!» de la madrugada del domingo a mí me ha sonado completamente verosímil. Verdadero. Auténtico. No importa que ayer lunes, por la tarde, Belén volviera a aparecer sentada en el Sálvame diario. Eso solo demuestra el drama en que se ha transformado su modus vivendi, del que ya no puede ni zafarse ni abdicar.
MIND THE GAP .- No es la primera vez que les hablo de Carlos del Amor, periodista del área de cultura de los Telediarios (TVE-1). Posee una sensibilidad, y una perspicacia, notables. Consigue pequeñas obras maestras a partir de noticias que otros considerarían prescindibles o poco importantes. El otro día nos contó la pequeña historia de la señora Margareth. Esta dama enviudó hace unos años. Su marido, Oswald, trabajaba en el metro de Londres. Era la voz que repetía en las estaciones, por los altavoces, la advertencia «¡mind the gap!», es decir, «¡cuidado con el hueco!», ese agujero peligroso que suele haber en el metro de Londres entre el andén y los vagones. Y resulta que a Margareth, tras enviudar, le fue invadiendo la nostalgia. Bajaba al metro, y la voz de su esposo ya no resonaba. Y eso le producía una tristeza muy grande. La hermosura de esta pequeñísima historia viene ahora. Las autoridades metropolitanas, advertidas del caso, han vuelto a colocar en la megafonía las viejas grabaciónes de Oswald. Y ahora, cuando Margareth baja al metro, las vuelve a escuchar y se le ilumina el alma. ¡Ahh! Es muy dificil, y en la tele más, saber elevar una anécdota a categoría. Bravo, Carlos.
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