monólogos imposibles

Beatriz baja a los infiernos

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JOAN BARRIL

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Uno de los primeros recuerdos de infancia que conservo era cuando regresaba a casa después de la escuela. Eso era en Roma, donde mi padre, diplomático brasileño de buen gusto, tenía una casa preciosa, una casa que merecería el nombre de residencia. Ya ven. Yo llegaba a casa y en el recibidor había un Tiziano iluminado. Me quitaba los zapatos de cualquier manera y los lanzaba al aire. Aquel Tiziano había resistido medio milenio para que la pequeña Beatriz lo zurrara a zapatazos. La belleza está para administrarla y también para usarla. Eso es lo que aprendí de Óscar hace años, pero también supe hacerme amiga, compañera y amante de Toni López Lamadrid. Desde su muerte hay un antes y un después. Y el después no me acaba de gustar. Nadie está hecho para la viudedad.

Continúo dedicándome a dar zapatazos al arte, porque el arte está para eso. El libro más vendido de Tusquets fue el 'Diario de un náufrago' de Gabriel García Márquez. La vida de la literatura siempre nos lleva a la línea roja de la muerte. El náufrago de Gabo siempre me pareció una versión contemporánea y solitaria de 'La balsa de la Medusa', de Géricault, ese espléndido y gigantesco lienzo donde lo más importante no son las caras de los muertos de la balsa, sino la pequeña y central vela de un navío que supuestamente se acerca a los náufragos. Siempre hay una vela que llega para llevarnos más allá. Y, en el caso de la editorial que durante tantos años he hecho insumergible, ha llegado el velamen de Planeta para quedarse una parte. Yo necesito a Planeta de la misma manera que Planeta me necesita a mí. Más que a mí, al actual editor, Juan Cerezo, que, como su apellido indica, no es capaz de sacar una única cereza del cesto, sino que vienen más, engarzadas en el rigor de la naturaleza artística.

Me miro al espejo y pienso: “¿Por qué lo dejas?”. Yo he paseado por las alamedas de Santiago y por los bosques de Sucre y por las antiguas librerías de la calle de Corrientes de Buenos Aires. Y ahí estaban mis libros, vestidos de negro elegante, como un buque mercante que cruzaba el Atlántico para dejar en los puertos americanos lo mejor de Europa y llevarse lo mejor de América. Ahora todos me hacen la pelota. Tengo una sonrisa de jovencita y una mirada traviesa que es más que una mirada. Se acercan a mí los escritores más esperanzados y a veces se llevan de mí una negativa hiriente. “No está hecha Tusquets para la pluma del palomo”, me gustaría decirles. Al fin y al cabo, un editor es alguien que se pasa la vida viviendo las ficciones de los otros. Muy a menudo me he dejado seducir por las palabras escritas aunque las manos de los escritores estuvieran sudadas. Pero nunca he conseguido anteponer todas las vidas de ficción a mi vida real. Como decía aquel: “Yo también confieso que he vivido”. Llega el tiempo ahora de dejar que las letras germinen en los papeles y que la literatura sea el huerto del mañana. 

Me llamo Beatriz y estoy dispuesta a sumergirme en el infierno. El papel amarillea y la tinta enmohece. Dicen que ahora es el tiempo de la electrónica. Pero ¿qué puede hacer la electrónica para superar la poesía, la ficción y la ciencia divulgada? Tengo ganas de vivir. Que es la manera más estimulante de leer.