La encrucijada de la política española

Batalla de tancredos

¿Cómo puede ir bien España si no se europeiza y en pleno siglo XXI no se sacude el peso de la historia?

Monra viernes

Monra viernes / periodico

XAVIER
Bru de Sala

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Hay dos tancredos. El de Torquato Tasso, musicado por Monteverdi, es un referente universal. Tancredo entabla combate singular con un guerrero desconocido. La batalla dura toda la noche. Al amanecer vence Tancredo y cuando levanta la visera del casco a su enemigo descubre, con una desesperación que sacude el alma, el rostro de su amada Clorinda.

La fama del otro tancredo se circunscribe al ámbito hispánico y no proviene de una obra de arte sino de la ocurrencia de un muerto de hambre que se encaramó a un pedestal, vestido de blanco, y se quedó inmóvil en medio de la plaza cuando salía el toro. Normalmente, no siempre, el toro lo confunde con una estatua. Como acabará por salir en las enciclopedias, el tancredo más famoso de la historia se llama Mariano. Su pedestal es la Moncloa. Su figura inmóvil, combinada con la debilidad de unos gallos rivales que se arrancaron las plumas mientras él sonreía, le proporcionó un buen rédito electoral en junio. De manera que repite. Pero ahora resulta que los demás se dedican a imitarlo.

HACER EL RIDÍCULO

¿Quién decía que en política se puede hacer todo menos el ridículo? Uno que nunca dispuso de bastante poder como para saberse inmune al ridículo. El espectáculo de este inicio de legislatura es más grotesco que esperpéntico. En medio de la piel de toro, encima del pedestal, Rajoy exige a los demás que se arrastren por la arena y le besen los pies. Pero Pedro Sánchez y Albert Rivera han plantado cada cual su taburete, se han subido a él, y allí están. A ver quién baja primero. Ya puede hundirse el mundo que ninguno de los tres piensa moverse. Tres tancredos. No hay toro. ¿Y los españoles? ¿Y el prestigio internacional de España? No les importa nada ni nadie. El resto, políticos o ciudadanos, observan y comentan la insólita batalla de estatuas desde la barrera.

Se ha escrito mucho sobre el valor simbólico del combate ideado por Tasso en la Jerusalén liberada. Los versos son inmortales. Clorinda es una guerrera pagana que defiende la ciudad. Tancredo, cruzado del ejército cristiano, ama a Clorinda. Noche cerrada. Él la sorprende fuera murallas. No la reconoce y la desafía a muerte. Presos de orgullo y de ira, el héroe y la heroína sacan fuerzas de flaqueza y luchan con golpes terribles, sin testigos, «como dos toros celosos ardientes de ira». Los abrazos del cuerpo a cuerpo son de furia destructora pero recuerdan a los del amor más apasionado. Les rodea el charco de la sangre de ambos que se mezcla. El combate se decanta al amanecer. Ya herida de muerte, Clorinda exhala: «Has vencido y te perdono». Sea quien sea el vencedor, quizá el amor también sea eso. Un combate singular ambivalente, sin final feliz.

EL COMBATE DE LA POLÍTICA

En cualquier momento y circunstancia, la política nunca deja de ser un combate. El más imaginativo e implacable, el que sorprende con más variadas formas. En el caso que nos ocupa, sin precedentes, impredecible por completo, se ha impuesto el inmovilismo a tres bandas. Para un país con tanto orgullo en las venas de la historia, el comportamiento de los tres políticos es antiheróico, exótico, para nada europeo. Perdida en el primer trimestre la oportunidad de cambiar España por dejación socialista, las urnas de junio dieron más ventaja al PP.

Era el momento de negociar y pactar, pero Rajoy se plantó. En vez de lanzar una opa amistosa, llamar a Albert Rivera y ofrecerle una vicepresidencia del Gobierno y un ministerio de las reformas, ha exigido votos gratuitos a C's y abstenciones al PSOE. La lógica con que actúa es tan primaria como implacable: en unas terceras elecciones, los populares incrementarían su ventaja a expensas de C's y quizá el PSOE retrocedería aún más. Rajoy no bajará de su peana, y es muy dudoso que, llegados a este punto, Sánchez se inmole para convertir a Rajoy en presidente a cambio de nada. Si Albert Rivera cediera y pasara de la abstención al voto afirmativo, tal vez arrastraría a Sánchez. Si ninguno de los tres tancredos pestañea, terceras elecciones.

EL FATALISMO

El combate de Tancredo y Clorinda, tan fogoso, y la figura del tancredo haciendo de estatua son antitéticos pero tienen una cosa en común: el fatalismo. En el primer caso, trágico, obra de un destino cruel e inexorable. En el segundo, tragicomedia. El fatalismo barroco es la otra cara de la moneda del orgullo patrio español. Un fatalismo aceptado, asumido de entrada, desacomplejado y quijotesco. El eterno dolor de España, que revive en primer plano.

¿Cómo puede ir bien España si no se europeiza, si en pleno siglo XXI no se sacude el peso fatal de la historia? Italianizarse no es ninguna solución, y continúa faltando 'finezza'. Quizá, antes de lograr que salten por los aires estas maneras de ejercer el poder, habrá que tragar mucha más amargura.

Podemos, al acecho, aún espera su momento.