HOMENAJE PERIODÍSTICO

Bastenier, demasiado perfecto

Saber lo que sabía el exdirector de 'El País' era imposible: nadie podía estar a su altura

Universitat Pompeu Fabra 8Miguel Ángel Bastenier, en Barcelona, en el 2001.

Universitat Pompeu Fabra 8Miguel Ángel Bastenier, en Barcelona, en el 2001.

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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"Vosotros sois unos mequetrefes, pero ¡qué os habéis creído! No me cuesta nada poneros de patitas en la calle”. Ciertamente mi amigo Javier Martín y yo éramos unos ingenuos, pero <strong>Miguel Ángel Bastenier</strong> sabía que teníamos razón. Juan Luis Cebrián, casi dios, entonces, había tomado una decisión muy injusta, que nosotros, en tiempos de los Juegos Olímpicos de Los Angeles-1984, pretendíamos driblar a nuestra manera. Tontos. Acabamos en el despacho acristalado que Bastenier tenía en el centro de la redacción. Acabamos contra la pared, con la comprensión, cierto, de toda la redacción pero, casi, casi, de patitas en la calle.

Es la única vez que me han amenazado con el despido, pero también la única vez que estaba convencido, convencidísimo, de que no sería despedido. Porque Bastenier sabía que lo que habíamos hecho podía ser una travesura, pero era lo que se merecía la orden del jefazo. Pero, claro, la jerarquía es la jerarquía y ni siquiera alguien tan cómplice y maestro como Bastenier se iba a poner del lado de dos auténticos mequetrefes por más que les gustase el tipo de periodismo, textos y hasta mando en plaza que tuviésemos.

Bastenier utilizaba la palabra mequetrefe como papá usaba el término ‘galifardeu’. Poca cosa, vamos, alguien casi, casi, insignificante. Pero, me consta, lo sé, que Bastenier nos quería a Javier y a mí. Y mucho. Y nos valoraba. A Javier porque escribe de maravilla y a mí…bueno, a mí, porque era alumno de sus mejores amigos, el juguete preferido de los mismos que este jueves, en el Col·legi de Periodistes de Catalunya, le rendirán un más que merecido homenaje.

Ahí estarán Antonio Franco, Xavier Vidal-Folch, Miquel Villagrasa, José Antonio Sorolla, la maravillosa Pepa Roma, su viuda, y mi hermano Carlos. Ellos y muchos otros, muchos, hacían cola ante el confesionario de Bastenier en la redacción que fuese, en el bar que fuera o en el restaurante que escogiesen. Es más, yo he visto, cuando ya era un mequetrefe, un 24 de enero, el día de Sant Francesc de Sales, el patrón de los periodistas, pelearse, llegar casi, casi a las manos ¡qué narices! ¡llegaron a las manos! a grandes colegas por ocupar una de las sillas de la mesa en la que iba a sentarse Bastenier en el inmenso comedor del hotel Ritz, de Barcelona.

Yo, la verdad, y lo digo muy en serio, no sé si lo que hacía Bastenier era periodismo o enseñanza, formación, divulgación. Yo creo que Bastenier enseñaba a pescar, pero no repartía peces, no. Era el arco, pero no la flecha. Es más, es probable que nunca sacase una noticia. Pero sé, porque lo he visto y vivido, que todos mis maestros, todos, lo adoraban, lo idolatraban, incluso aquellos que yo, ¡mequetrefe! ¡ignorante!, creía que eran mejores periodistas que él. Y, posiblemente, me equivocaba.

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Bastenier sabía de todo y eso molestaba, bueno, perdón, incomodaba a mucha gente, a muchos colegas. Pero los periodistas que fueron listos (y en el párrafo de arriba los son todos) aprendieron de él, aunque no fuese del todo agradable, a veces, ¡que, caray, muchas veces!, estar a su lado. Bastenier, a menudo, creía que tú tenías que saber lo que sabía él. Y saber lo que sabía él, era imposible. Y él, que sabía tanto, debería de haberlo descubierto antes: nadie podía estar a su altura, porque nadie podía saber cuál era el récord del mundo de los 100 metros lisos en 1966 y quién era su poseedor y, además, el nombre completo (escrito en chino, claro, ¡cómo no!) del ministro de Defensa chino.

Si Antonio, que es lo más cerca que yo he vivido de una divinidad periodística y, por supuesto, el maestro más tremendo que he rozado, si Xavier, si Miquel, si José Antonio, si Pepa, si Carlos adoraban a Bastenier, yo, que era un mequetrefe, no era nadie para decir que me molestaba cómo comía o cómo decía las cosas, desde el pulpito. Cierto, siempre, siempre, tenía razón, pero a los mequetrefes nos decía las cosas como el padre Bernardino, de los Sagrados Corazones, el colegio del padre Damián, sí, el de los leprosos, el de Molokai, la isla maldita.

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Bastenier creía que todo el mundo debía ser perfecto. Mejor, Bastenier creía que todo el mundo debía hacer su trabajo con perfección. A Bastenier le importaba un bledo que tú tratases de ser perfecto, lo perfecto debía ser la información que redactabas. Y, sobre todo, ser exacta, cierta, cuanta menos imaginación, mejor. Y si tú cumplías, no había fiesta, ni elogio, ni reverencia. Habías hecho tu trabajo y punto. Si te rozaba, te guiñaba un ojo o te decía “buen trabajo”, “buen texto”, “bien hecho”, “me ha gustado”, entonces bajabas al bar y pagabas catorce rondas. Que lo sepan, jamás se arruinó ninguno de nosotros. Y menos los mequetrefes, porque los elogios en este maestro único, en esta wikipedia con patas, eran escasos.

Yo, la verdad, lo quise mucho, mucho; lo disfrute más; y lo idolatre porque lo idolatraban mis maestros. No tenía sentido que Antonio, Xavier, Miquel, José Antonio, Pepa y Carlitos me dijesen que era el mejor, único, ‘la bomba’, y yo creyese que no era para tanto. Lo era. La prueba es que no me despidió de 'El País' porque no quiso. Perdón, porque sabía que Javier y yo teníamos razón. Y Bastenier, no solo era el mejor, el más erudito de todos, sino que era un hombre justo.

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