Al contrataque

Basta de publicidad oficial

ERNEST FOLCH

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La publicidad institucional padece una esquizofrenia existencial: o es aburrida o es polémica. O es neutra, pesada y soporífera, o desencadena una tormenta política. O queda bien con todo el mundo o es partidista. Todos los gobiernos, sin excepción, han provocado crisis políticas innecesarias por culpa de campañas institucionales. Como era previsible, el anuncio que la Generalitat ha difundido para promover el voto el 25-N ha acabado siendo invalidado con toda la razón por la Junta Electoral, en una de las desautorizaciones más contundentes que se recuerdan. Y es que un vídeo institucional debe cumplir una regla muy sencilla: no puede contener ningún mensaje que no puedan hacer suyo todas las fuerzas políticas que concurren a las elecciones, y este requisito evidentemente no se cumple de ninguna manera en el caso que nos ocupa. O, ¿qué hubiéramos dicho, por ejemplo, si en el anuncio se hubiera incluido una referencia a la manifestación del 12 de octubre?

En un momento en que se reclama austeridad, invertir dinero público en una campaña que encima acaba siendo retirada es tan inútil como ofensivo. Es verdad que el spot era publicitariamente impecable, pero también lo es que demostraba una total falta de pluralidad. No hay que hilar muy fino para ver que marginaba innecesariamente a todas las fuerzas políticas que piensan legítimamente que el 25-N no tiene nada de histórico, y además les ha dado munición para continuar con el discurso del victimismo, es decir, les ha hecho un favor.

Al comienzo del denominado proceso de emancipación nacional que vive Catalunya, oímos grandes discursos defendiendo el respeto para todos, también para los que se oponían. Y he aquí que a la primera de cambio, un anuncio oficial y pretendidamente neutral se dedica a marginar a quienes no ven claro el proceso soberanista. Pero, ¿no teníamos que ser tan pulcros?

Subvención

Más allá del debate ideológico, el desliz del Govern con el anuncio desgraciado sirve también para recordarnos que tenemos un mal congénito que se llama publicidad institucional. No solo no hace ninguna falta sino que se ha convertido en la forma que tienen los gobiernos, sean del color que sean, de subvencionar medios, instituciones y periodistas afines. Lo más relevante de estos anuncios no es lo que dicen, sino dónde se insertan; he aquí por qué son prescindibles.

Nadie habría ido o dejado de ir a votar el 25-N influido por el anuncio, y quien a estas alturas no se haya enterado de que en aquel domingo de noviembre habrá elecciones quizá ya no merece ni ir a votar. Basta de manipular. Basta de tirar el dinero y basta de justificar partidas inútiles.

Ahora que se reclaman grandes gestos, debería hacerse un gran pacto entre todos los partidos para suprimir para siempre la publicidad institucional. Queda la esperanza de que el infeliz anuncio del 25-N pase -él sí- a la historia por ser el último que se hará con el dinero de todos. Crucemos los dedos.