ANÁLISIS

¡Basta ya!

La exministra Trujillo, cargada de odio, ha llamado al boicot a una marca de agua de capital francés y manantial castellano

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Albert Sáez

Albert Sáez

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Confieso que cuando en la manifestación del 8 de octubre escuché a Josep Borrell pidiendo que no se hiciera boicot a los productos catalanes caí una vez más del caballo. Este tipo de actitudes -me pasó lo mismo cuando lo del cava con motivo del Estatut y con la Leche Pascual por el traslado de sus instalaciones- no las entiendo. Los consumidores se han empoderado, pero su poder tienen sentido cuando se trata de defenderse de los fabricantes, sea para pedirles mejor calidad del producto o servicio, sea para exigir un precio y un trato justo. Pero lo que no me cabe en la cabeza es dejar de comprar un producto que me gusta por las ideas de su fabricante o, pero aún, por la ideas de los vecinos de su fabricante, sea catalán madrileño o islandés. Y menos cuando se trata de empresas cotizadas en bolsa en las que resulta casi imposible saber el origen de sus accionistas. Eso es más o menos lo que le ha pasado a la inefable exministra María Antonia Trujillo que se dejó llevar por el odio y soltó un tuit a la altura de los mejores trols 'indepes', anunciando que dejaría de ir a un restaurante de capital norteamericano por servirle un agua de un manantial castellano en un envase con una marca de reminiscencias catalanas pero cotizada en la bolsa francesa. Peor imposible. Porque tampoco tendría sentido que lo hiciera si el manantial siguiera estando en Catalunya, ¿A quién perjudicaría que ella dejara de comprar esa marca? ¿A un trabajador del manantial votante del PSOE cabreado con el 'procesisme'? ¿Y a quién beneficiaría que comprara otra marca? ¿A un accionista catalán de una empresa andaluza que fuera un independentista acérrimo? No, prefiero no saber qué votan ni qué piensan los proveedores de mis productos favoritos, excepto si emplean a niños o se dedican a la trata de blancas. 

Tan irresponsable como el unilateralismo ha sido la espiral de odio generado en algunas partes de España. Como explicaba Rosa María Sánchez en su crónica de este lunes, junto a la inseguridad jurídica -que afecta especialmente a los bancos y empresas cotizadas-, algunas empresas han cambiado su sede fiscal para eludir el boicot de quienes cancelaban sus pedidos únicamente y exclusivamente por el domicilio del emisor de la factura. La marcha de empresas no es una banalidad, el unilateralismo independentista ha sido el detonante pero el agravante es una suerte de odio tan o más preocupante que el del bar de Pineda que investiga la fiscalía por impedir la entrada de los policías nacionales. En este tipo de asuntos, en la identificación de lo catalán o ,lo español con una determinada idea política se funda una parte del problema de fondo que vivimos en la dimensión desconocida. Los que se ensañan con el 'España ens roba' y con los trols 'indepes' deberían ser igual de intransigentes con actitudes como los de la exministra Trujillo mientras que los que aplauden al exministro Borrell deberían escucharle con igual atención cuando no habla de Puigdemont o de Junqueras. Es intolerable que el boicot se dé por descontado porque agrede a quien no estamos seguros que sea agresor. Menos cuando hablamos de comercio global, Y, además, consagra los peores tópicos de unos y de otros.