Dos miradas

Barrocos

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La Semana Santa puede ser austera o barroca, en el bien entendido de que hablamos de dos términos que son, quizá solo en apariencia, antitéticos. Me refiero, por ejemplo, a las procesiones. El barroco, como concepto, implica necesariamente un montaje escenográfico, una trampa teatral, una exhibición del poder de la representación frente a la discreción de la intimidad. Barroco no es acumulación o exceso, sino calculada estructura que, a través de la matemática, trata de provocar unos efectos devastadores en la conciencia de quien contempla el espectáculo de la eclosión de los sentidos. En el caso de la fe, cuna del barroco como bandera ideológica, es elogio de la dimensión pública contra la privada dimensión de quien no necesita artefactos sino su propia, inexcusable, particular relación con la divinidad.

La austeridad, en cambio, implica la utilización de los mínimos mecanismos posibles en lucha contra la tentación de la grandilocuencia. No se trata de componer la innecesaria variación de un tema sino de rascar en lo esencial y justo. Imprescindible. Pienso en las procesiones barrocas andaluzas y en la Dansa de la Mort de Verges, como austera reminiscencia medieval. Y pienso que, a pesar de lo que acabo de afirmar, poco a poco la hemos convertido en exhibición y espectáculo. Es decir, la contención también puede ser contemplada -y es el observador quien manda aquí- como exceso. Es el ojo el que decide la categoría estética.