Al contrataque

Barcelona Rodalies

Bomberos, guardias urbanos y operarios de Adif trabajan en la zona del siniestro que ha causado el caos en Rodalies.

Bomberos, guardias urbanos y operarios de Adif trabajan en la zona del siniestro que ha causado el caos en Rodalies. / periodico

Ernest Folch

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Barcelona es un ser vivo e imprevisible. El martes por la mañana lo descubrimos otra vez con el enésimo caos de Rodalies, que esta vez no fue culpa de ninguna catenaria, ni de ninguna conexión, ni siquiera de ninguna conspiración. No fue culpa de nadie porque en realidad es culpa de todos. El caos fue provocado por una enfermedad en una de las extremidades de la ciudad: un fuego por acumulación de porquería en una estación planificada y medio construida durante el franquismo, abandonada y jamás inaugurada, y absolutamente ignorada hasta este martes, porque ni sabíamos que existía. Las fotos que nos llegaban de la 'zona cero' parecen sacadas de una pesadilla posnuclear, y estas imágenes decadentes que podría ser de cualquier suburbio del tercer mundo africano resulta que son de un sitio a escasos metros de la plaza de les Glòries.

El descubrimiento fue tan repentino que de golpe nos enteramos también de que esta estación fantasmagórica jamás utilizada recibía el curioso nombre de Bifurcació-Vilafranca, y de paso nos percatamos de que es precisamente el lugar donde esta Barcelona viva deposita sus excrementos: el humo que dejó colgadas a decenas de miles de personas fue provocado por una acumulación de porquería de la que tampoco nadie parecía tener noticia. Pero es que puestos a descubrir nos enteramos de que allí descansaban decenas de indigentes expulsados del sistema, habitantes sin nada en medio de la nada, señalados como causantes del fuego. Y es que cada vez que se origina el caos de Rodalies empieza el festival de señalar culpables y esta vez no ha sido una excepción.

MÁS ALLÁ DE LA POSTAL

Adif culpaba a los Mossos, en una táctica burda ya habitual para quitarse el muerto de encima. La Generalitat señalaba a Madrid con un automatismo que le quita la posible razón que pudiera tener, y el Ayuntamiento guarda silencio sobre un espacio del que la ciudad lleva años haciendo ver que no existe.

Pero esta vez las excusas han sonado vacías, como si ya ni siquiera se las creyeran los que las profieren, porque resulta que el incidente poco tenía que ver con Rodalies y con alguna infraestructura y mucho con nuestro pasado y la gestión que hemos hecho de él. Perdonen, pero un incendio originado por unos vagabundos en un basurero de una estación construida durante el franquismo y abandonada en pleno centro de Barcelona no nos habla de los problemas con Renfe, sino de la crisis en nuestras estructuras sociales, de cómo nos tapamos los ojos ante la degradación de la ciudad y de la difícil digestión de un pasado siniestro que vuelve para decirnos que aún no está superado. De paso, Barcelona protesta para decirnos que más allá de la postal, habita una ciudad que sufre y a la que escondemos tanto que no podemos ir ni en Rodalies.