Editorial

Barcelona se reencuentra con el MWC

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Barcelona y finales de febrero o principios de marzo se han convertido ya en unas coordenadas que son sinónimo del Mobile World Congress, la cita más importante del mundo en el sector, que llega a la décima edición consolidada como mucho más que una feria de telefonía móvil. Cada año se refuerza el acierto de la apuesta que la capital catalana hizo en su día para ser sede permanente del MWC por lo menos hasta el 2018. En la edición que empieza el próximo lunes se llegará a un nuevo récord de participantes (90.000), de empresas expositoras (2.000) y de delegaciones gubernamentales (160), cifras colosales que se traducirán en un impacto económico en Barcelona y su entorno de 436 millones de euros, un 10% más que el año pasado. Como de costumbre, los hoteles -y los apartamentos, legales o no- estarán al completo y en ciertos casos los precios de las habitaciones llegarán más allá de lo que resulta razonable.

Estos y otros abusos más propios de la picaresca que de la ley de la oferta y la demanda son, en términos de imagen internacional de la ciudad, las pocas contrapartidas negativas del MWC, pero en modo alguno merman la favorable acogida que la ciudad dispensa al acontecimiento y el beneficio que de él obtiene. La ciudad en el sentido institucional, pero también -y sobre todo- en el personal, porque en general los barceloneses afrontan con cordialidad la invasión de estos días, conscientes de que supone una excepcional palanca económica. Y, recíprocamente, el MWC trasciende también el ámbito profesional para dejar huella en el tejido social de Barcelona, como oportunamente subrayó ayer su vicepresidente, Agustí Cordón, en el foro Primera Plan@. Porque aunque sea mucho menos visible que el frenesí de los cuatro días del congreso, la actividad empresarial que a su sombra se desarrolla durante todo el año en la ciudad está adquiriendo importancia creciente.

Barcelona se está posicionando como una de las grandes referencias en el ámbito de las comunicaciones 'on line'. El MWC es ya, de alguna forma, el equivalente de lo que significa la reunión de Davos en el debate financiero. Pero aunque en ambas citas la economía sea el motor, la de Barcelona tiene rostro humano, porque las innovaciones tecnológicas buscan hacer más fácil y agradable la vida a las personas. No es poco.