Veinte años de la edición catalana de EL PERIÓDICO

Barcelona multilingüe

Hace 20 años poder elegir en el quiosco fue todo un enriquecimiento cultural

Madre e hijo se dirigen a la escuela, en Ripoll.

Madre e hijo se dirigen a la escuela, en Ripoll. / periodico

JORDI PUNTÍ

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En el 2006 la Universitat de Barcelona organizó una exposición con el nombre de Les llengües a Catalunya. De manera didáctica y amena, se repasaba la diversidad lingüística que nos ha conformado como sociedad en las últimas décadas, y se documentaba que en Catalunya se hablan más de 300 lenguas. En el centro de esta Babel, podríamos añadir, había unas cuantas escuelas del Raval: acogían alumnos de diversas etnias y culturas y escuchaban diariamente decenas de idiomas, que a la vez tenían que ordenar en torno a dos lenguas puente: el catalán y el castellano.

Durante la última década, con la crisis económica, bajó el número de inmigrantes pero en este mismo 2017, por ejemplo, en una clase del IES Miquel Tarradell, en Ciutat Vella, se pueden oír el bengalí, el árabe, el amazigh, el punjabí, el tagalo, el urdu, el ilocano, el pahari, el chino mandarín, el catalán y el castellano (con acentos y variantes sudamericanas). Es un mapa lingüístico diverso y que constituye desde hace años una Barcelona -y una Catalunya- que ha dejado atrás el bilingüismo conflictivo.

Elección en el quiosco

La salida de la edición en catalán de EL PERIÓDICO hace 20 años fue uno de los primeros pasos para superar la confrontación ideológica de lenguas en los medios de comunicación, con la presencia abusiva del castellano, y nos ayudó a entender que la posibilidad de elegir cuando llegabas al quiosco era sobre todo un enriquecimiento cultural.

Es verdad que, simplificando, había una mirada progresista, de izquierdas, que en el cinturón industrial se conjugaba en castellano y en comarcas lo hacía en catalán, pero no fueron necesarios muchos años para que el fenómeno cogiera aires de normalidad e incluso lo imitaran otros diarios.

Todos recordamos anécdotas de aquellos primeros tiempos en que la traducción simultánea no acababa de estar afinada -aquel ministro rebautizado como Rodrigo Estona-, pero a la vez la necesidad de mejorarlo contribuyó a actualizar el modelo de catalán de los medios y lo hizo más vivo y cercano al lector.

Todo esto es para decir que, irradiando desde Barcelona, el marco mental de los catalanes ha ido evolucionando en cuanto al panorama lingüístico. A veces, sin embargo, da la sensación de que desde el Estado español esta pluralidad aún no se percibe, o más bien se ve como una molestia. Una rémora ajena. Todo es política y a menudo se olvida que la Barcelona que Vargas Llosa añora y reclama, aquella ciudad que él veía como cosmopolita, estaba bajo el franquismo y con la cultura catalana perseguida.

En el origen del conflicto político que vivimos ahora mismo hay, sin duda, un prejuicio hacia la lengua catalana, un desinterés real. Podríamos decir que ha sido siempre, pero la convivencia de los años 80 -el pacto cultural de –Joan Rigol- supo convertirla en un diálogo enriquecedor para la sociedad.

La llegada de Aznar al Gobierno sacudió un equilibrio precario, y hoy vemos ministros que acusan a las escuelas de adoctrinamiento. El temor, ahora, es que la normalidad de un diario que se publica en catalán no deba convertirse nuevamente en ejercicio de resistencia.