La ciudad de los okupas

Mientras una legión de emprendedores muchachos alternativos se enfrentaba a las fuerzas represivas de la Generalitat, unos cuantos burgueses se juntaron el miércoles a cenar en Gràcia

incidentes en gracia

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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El pasado miércoles por la noche, mientras una legión de emprendedores muchachos alternativos se enfrentaba a las fuerzas represivas de la Generalitat en las calles de Gràcia, unos cuantos cochinos burgueses nos reunimos a cenar en casa de unos amigos que viven en el barrio. Entre los allí presentes figuraba el corresponsal en España del 'New York Times', Raphael Minder, un suizo muy simpático, educado en Oxford, al que una pequeña editorial británica le ha hecho un encargo envenenado: escribir un libro sobre el 'prusés'. Se suponía que los demás -una pandilla de unionistas despreciables- debíamos darle nuestro punto de vista sobre el asunto, aunque yo ya me ocupé de decirle que, si se descuidaba, entre unos y otros lo íbamos a volver loco con nuestras tonterías. Pero el hombre no se arredra y ya ha hablado con un montón de gente, incluyendo al actual presidente de la Generalitat. ¡Sea usted un pilar del 'New York Times' para acabar platicando con el 'Molt Honorable' Cocomocho!

La cena, estupenda, se vio amenizada por la presencia en el cielo de un helicóptero de los Mossos d'Esquadra, al que enseguida bautizamos como el 'Blue Thunder'. Echamos de menos unos altavoces que emitieran a todo trapo música de Wagner, pues a todos nos encanta 'Apocalypse now', pero supongo que daba igual porque también se habían dejado en la comisaría el napalm, sustancia que, como todo el mundo sabe, huele a victoria. Fue inevitable, pues, acabar hablando de los okupas, de sus amigos de la CUP -Garganté se había apuntado a la tangana, como cada noche, y hasta se había interesado por la salud de un beodo que se había metido en un contenedor a dormir la mona, ¡para que luego digan que es un rústico insensible!- y de la infinita paciencia que esta ciudad tiene con ambos colectivos (y lo que cuelga, como la alegre muchachada de Arran, que ya ha venido a decir que lo raro es que no arda toda la ciudad con lo muy oprimidos que estamos).

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EL RUMBOSO XAVIER TRIAS

Los anfitriones mostraron especial conocimiento de causa, ya que hace unos años se tiraron varios meses disfrutando de las actividades culturales de la casa de al lado, que había sido ocupada. Por lo que nos contaron, dichas actividades culturales consistían principalmente en chupar birras –arrojando las botellas vacías a la terraza del vecino, donde el miércoles cenábamos apaciblemente-, fumar canutos y escuchar hasta las tantas las obras completas de Barricada, Eskorbuto y demás lumbreras del pop contemporáneo (Pregunta: ¿hay algo más insufrible que el rock catalán de los 80? Respuesta: sí, el rock radical vasco de la misma época. ¡Arriba esa autoestima, barceloneses!). Evidentemente, nunca invitaron a mis amigos a sus fiestecitas, ya que los okupas son muy selectivos y no dejan entrar a cualquiera en sus mansiones, aunque se las paguemos los contribuyentes a través del rumboso Xavier Trias, como sucedía con el 'banco expropiado' de las últimas algaradas (parece que la fiscalía se interesa por la munificencia con dinero ajeno del buen doctor Trias, quien no contento con rendirse en Can Vies, accedió a pagar un chantaje para tener la fiesta en paz: ¡firme y admirable actitud la suya!).

En realidad, a los okupas parece caerles mal todo el mundo. O estás con ellos o estás contra ellos. Su especialidad -como la del gran Garganté- es detectar fascistas, inmenso colectivo del que puede formar parte cualquiera que no les ría las gracias. Ven fascistas en todas partes, menos en sus propios edificios ocupados, donde no brillan precisamente por su ausencia. A alguno de ellos le bastaría con mirarse al espejo si algún día incurriese en la extravagancia de lavarse los dientes. Pero vivimos una época en la que cualquier mostrenco se declara antifascista y de extrema izquierda, y la sociedad hasta le escucha y se lo toma en serio: si Trias les pagaba el alquiler, Colau dice que les va a buscar otro lugar igual de mono desde el que seguir mejorando el barrio con sus actividades culturales (¡y a ver si alternamos a Eskorbuto con Brams o Els Pets, chavales, que aquí estamos construyendo una nación y no os enteráis!).

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Después de cenar, uno de los comensales se llevó al señor Minder de paseo por el barrio, para que pudiera sentirse un ratito como en Beirut. Los demás nos fuimos a casa sorteando furgonetas de los Mossos y, en mi caso, pensando que el problema de los okupas, como el de los ciclistas urbanos, es la difícil aclimatación del colectivo a un país mediterráneo en el que se tiende de manera natural a la irresponsabilidad y el escaqueo. Pero también es verdad que eso atrae a todo tipo de entrañables sociópatas europeos que se sienten muy a gusto en Barcelona, más conocida como 'can pixa i rellisca'. Frase que ya tardamos en añadir, a ser posible en letra gótica, al escudo de la ciudad.