Hasta el último segundo

Me faltó fe. Sí, yo soy de los que dejé de ver el partido en el minuto 90. Cambié de canal por no beber/vivir, con el silbato final, el amargo trago del "pudo haber sido y no fue"

Messi se abraza a Luis Enrique tras la clasificación del Barça para los cuartos de final de la Champions.

Messi se abraza a Luis Enrique tras la clasificación del Barça para los cuartos de final de la Champions. / periodico

JOSEP MARIA POU

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Soy un descreído, lo confieso. Me faltó fe. O, quizá, me falló la esperanza. Lo cierto es que abandoné. Sí, yo soy de los que dejé de ver el partido en el minuto 90. Cambié de canal por no beber/vivir, con el silbato final, el amargo trago del "pudo haber sido y no fue".

Pero resulta que hubo milagro y fue. Fue. Y yo me lo perdí. Desde entonces, no dejo de flagelarme. Desde entonces, suena machaconamente en mi cabeza, a modo de castigo (horrendo castigo), aquel tema de Juan y Junior: “No lloremos sin razón, ya lo ves, nos falta fe”.

De haber estado en el Camp Nou no se me habría ocurrido marcharme. Inmerso en la desolación colectiva, habría resistido, solidario, y recibido, con ello, el premio del delirio final. Pero estaba solo en casa, el corazón encogido, la cena terminada, el vaso vacío y -digámoslo todo por una vez- la uretra llena, a causa de una próstata impaciente que venía reclamando atención desde el minuto 75. Y abandoné. Me levanté del sillón, dejé los enseres en la cocina y me alivié en el cuarto de baño. Error fatal. El sonido de un claxon, reiterado, nervioso, afilado, me llegó desde la calle y entendí enseguida lo que estaba pasando, o peor, lo que ya había pasado.

UN CHIVATO EN CASA

Si escribo de esto con tanto detalle -exceso de confianza aparte- es porque acabo de enterarme de que tengo un chivato en casa. Un Smart TV que se pasa de listo. Y como doy por supuesto que la CIA tendrá grabados esos minutos que les cuento, no quiero que, llegado el momento de contrastar versiones, me acusen de trolero. Poca broma con la CIA. Enterado por el señor Assange de que mi televisor está a sueldo del señor Trump, me invade la duda. ¿Qué hago? ¿Compro un televisor menos listo (no sé si quedará algún televisor tontaina en el mercado) o cubro el mío con un teloncillo corredero, para poder dejarlo ciego y sordo cuando me convenga?

Intento echarle humor al drama, para salvar en positivo el balance de la semana. Y –¡gracias, Barça!- me obligo a tener fe. A no abandonar. Nunca.

Porque Millet y Montull pueden marcar sus mejores goles en los últimos segundos.