DOS MIRADAS

El banquero

EMMA RIVEROLA

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El esperpéntico juicio al juez Elpidio José Silva, acusado de prevaricación por encarcelar al banquero Miguel Blesa, añade surrealismo a un episodio que tiene más de triste que de jocoso. La declaración del banquero lamentando el terrible daño infligido a su prestigio podría calificarse de muchos modos, aunque el término sinvergüenza, con todos sus juegos, se le ajustaría como anillo al dedo.

En realidad, a Blesa se le escurre el clasismo por las costuras de sus trajes elegantes. Él no es como esa turba vocinglera de ropas de Zara y mercadillo, con sus tejidos gastados, sus pespuntes torcidos o sus formas vencidas. Él no es como esos ignorantes a quienes estafaron el futuro con las preferentes. Él tampoco es de esos que se han pasado la vida ahorrando peseta a peseta, euro a euro, para disfrutar de una jubilación tranquila, ni de los que con duras penas encadenan contratos precarios. Él era uno de los amigotes de Aznar, uno de ese puñado de amos del universo colocados estratégicamente en bancos, constructoras y compañías de servicios convenientemente privatizadas. Satélites del poder destinados a los más elevados designios, pero nunca, nunca, preparados para dar con sus huesos privilegiados en prisión. Esto es un atropello, una salvajada, un no saber quién soy yo. Porque la cárcel, como las estafas y las ropas de mercadillo, es solo para algunos. Igual que esa justicia, tan lenta o tan expeditiva según las costuras de los trajes.