La bañera de Colau

No solo la alcaldesa de Barcelona se ha bañado en la realidad, la realidad también se ha dado un baño de alcaldesa en la primera mitad de su mandato

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LUIS MAURI

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Hace dos años, una maldición peor que la peste bubónica estaba a punto de abatirse sobre la ciudad. O eso parecía si se prestaba atención a los aspavientos de la derecha nacionalista, entonces recién desalojada del gobierno de Barcelona.

Llegaba a la alcaldía una mujer joven con un abultado currículo como activista radical. Era una izquierdista no reglada, ajena a las pautas de la izquierda homologada. Esto, clamaban sus víctimas políticas y amplios círculos empresariales, iba a ser un sindiós (sí, el DRAE solo acepta contradiós, pero ahí la academia lleva las de perder; al tiempo). Y también pensaban lo mismo, aunque en signo positivo, los menos avisados entre sus propios votantes.

Llegó la alcaldesa Ada Colau, pero resultó que no olía a azufre. Ya se había dado un primer baño de realidad en las urnas: la exigua minoría mayoritaria sobre la que se sustenta su alcaldía (11 concejales de Barcelona en Comú, un año después engrosados con los cuatro del PSC) mantiene al gobierno municipal con una mano atada a la espalda.

El ogro del capital

El ejercicio del poder traería consigo nuevas abluciones. Enseguida llegaron el pacto con el ogro del capital en el Mobile World Congress y el cese temporal de las hostilidades con el circo de la Fórmula 1 en Montmeló.

Y más inmersiones en la bañera. Un presupuesto solo aprobado merced a ese comodín de último recurso que es la cuestión de confianza. Unas ordenanzas fiscales y un Plan de Acción Municipal nonatos por falta de apoyos políticos. Y la progresiva digestión de dos bocados complementarios: no todo es posible en la compleja red de intereses de la gran ciudad y no todo está en manos de la voluntad del poder municipal, ni siquiera en las de los alcaldes que gobiernan con mayoría absoluta.

Vivienda y turismo

La carestía de la vivienda y el turismo intensivo en el centro son los dos grandes problemas que afronta el gobierno de Colau. Bregada en las filas del activismo por el derecho a la vivienda y contra los abusos hipotecarios, llegó a la alcaldía aún en plena oleada de desahucios. Dos años después, el problema se ha transformado, aunque su consecuencia esencial es similar: la gran dificultad de unas clases populares empobrecidas para acceder o mantener su vivienda en la ciudad.

El precio del alquiler galopa desbocado a causa de la histórica carencia de vivienda social y, sobre todo, por la tensión extrema que proyecta sobre el mercado la combinación de la alta demanda turística con la avidez de inversionistas y propietarios.

El pecado del postureo

No solo Colau se ha bañado en la realidad, la realidad también se ha dado un baño de Colau. Su gobierno ha logrado aprobar sendos planes de vivienda y turismo, el primero con la derecha nacionalista y el segundo con ERC. Ha sacado adelante su proyecto del tranvía por la Diagonal con el apoyo de la Generalitat pese al rechazo de Xavier Trias. Ha puesto coto a la voracidad hotelera y ha lanzado una cruzada contra los apartamentos ilegales. Y ha alumbrado su nuevo partido, Catalunya en Comú, para pugnar por el Gobierno catalán.

Y entre ablución y ablución, para compensar o maquillar el abandono de algún maximalismo, Colau no ha hecho ascos a cierto postureo ideológico, pecado político de moda.