IDEAS

Relatos del horror

Kim Jong Un, en Pyongyang.

Kim Jong Un, en Pyongyang. / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA

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Bajo el seudónimo de Bandi (en español, 'luciérnaga') se oculta un escritor de Corea del Norte que no ha logrado exiliarse y sigue residiendo en el país más demencial del universo junto a su esposa y sus tres hijos. Poco se sabe de él, aparte de que nació en 1950 y se gana la vida publicando en su espantoso país lo que el régimen le permite, que no debe tener nada que ver con los relatos reunidos en el volumen '<strong>La acusación'</strong>, que acaba de publicar entre nosotros Libros del Asteroide y Periscopi. Ya sabíamos, gracias a algunos ensayos al respecto, que Corea del Norte era la delegación del infierno en la tierra, pero nos faltaba un punto de vista desde la ficción tan desolador como el que nos ofrece Bandi.

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Los cuentos de 'La acusación' reflejan sin ambages la realidad cotidiana en Corea del Norte, que su autor ve como un teatrillo en el que todo el mundo interpreta un papel y nadie dice lo que piensa por temor a ser denunciado por un vecino, un amigo o su propio cónyuge. Un país de actores aficionados, en suma, de cuya interpretación depende su destino: los que no resulten creíbles para el régimen acaban muy mal, tanto ellos como sus descendientes, que se convierten en parias y enemigos del pueblo de manera automática.

Bandi logró hacer salir del país sus relatos gracias a unos amigos que sí lograron fugarse de esa cárcel sin rejas visibles. Si Kim Jong Un descubre quien se oculta bajo el seudónimo, el pobre Bandi las pasará canutas: harto de pergeñar loas a Kim Il Sung, el hombre escribe estos cuentos, por así decir, a calzón quitado, sabiendo que no tienen ninguna posibilidad de ser leídos por sus compatriotas y haciendo gala de una absoluta sinceridad. El de la señora que se cruza con Kim Il Sung por casualidad y es utilizada por el régimen para darse aires de benevolencia es insuperable.

La lectura de estos textos causa indignación y, sobre todo, una tristeza enorme. Corea del Norte no es un país, es una ofensa a la vida humana contra la que habría que hacer algo y dejar de mirar hacia otro lado mientras el Paquirrín de Pyongyang lanza misiles que no impactan en ninguna parte. Si un país merece ser borrado de la faz de la tierra, es ese. Confiemos en que a Kim Jong Un se le vaya la mano con el próximo misil y que el matón que ocupa la Casa Blanca apriete el botón nuclear.