La rueda

La banca española y las ayudas

JOAQUÍN ROMERO

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En estos días que se discute hasta dónde llegará la recapitalización de la banca europea, el Gobierno debería desprenderse de los complejos con que ha actuado hasta ahora para enfrentarse a la crisis financiera. Si hay oportunidad, si el resto de los gobiernos europeos lo aceptan, los bancos y las cajas deberían beneficiarse de esas inyecciones de capital, aunque ahora mismo no tengan problemas. Al margen de si son las entidades más sanas de la UE, como se ha sostenido durante tanto tiempo, los activos inmobiliarios que han tenido que absorber son tan tóxicos como la deuda griega. La prueba está en que en estos momentos nadie es capaz de precisar su verdadero valor de mercado, igual que con los bonos griegos.

Y no se trata de buscar ahora culpables de esa situación, pero conviene recordar que si aquí hubo una burbuja inmobiliaria fue porque teníamos unos tipos de interés muy bajos, demasiado para nuestra economía. Y era así porque el BCE lo propiciaba para favorecer a la economía alemana que aún arrastraba los tremendos costes de una reunificación hecha de forma tan discutible como precipitada, a la vez que imprescindible.

España no ha generado una deuda pública excesiva, aunque sí registró un déficit muy alto cuando trató, como tantos otros, de sofocar la recesión con dinero público. El pecado capital ha sido un sector de la construcción inflamado por una demanda deslumbrada por un dinero que casi no costaba nada y por la creencia de que el ciclo se mantendría y que los precios siempre irían para arriba. Y ahora, cuando la banca se ha convertido en el primer agente inmobiliario del país, es posible que se abra la oportunidad de darle el mismo tratamiento que reciben los bancos sobreexpuestos a Grecia. Desde ese punto de vista, el Gobierno español debería pelear para que, tal como hacen las agencias de calificación cuando se refieren al peligro de los activos inmobiliarios, la UE también los tenga en cuenta desde esa perspectiva.