EL ANFITEATRO

El ballet en el Liceu, un espejismo

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ROSA MASSAGUÉ

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Con menos de dos semanas de diferencia, el Liceu ha ofrecido dos espectáculos de ballet de gran calidad. Primero fue la compañía del Institut del Teatre, IT Dansa. Siguió el Ballet Preljocaj que celebra su 30º aniversario. Una formación local que sirve de trampolín para lanzar a los escenarios a excelentes bailarines que desarrollan sus estudios de posgrado, y una compañía ya consagrada en el panorama balletístico internacional. Una muy buena combinación. 

La compañía que dirige Catherine Allard presentó un programa triple. 'Un ballo' es una coreografía creada por Jirí Kylián también para una compañía joven, para la Nederlands Dans Theatre 2. Siguió la potente 'Wad Ras' un espectáculo creado por Montse Sánchez y Ramón Baeza para su propia formación, Increpación Danza. Las vivencias, la música y los sonidos de la cárcel de mujeres que da título a la obra se hacen baile con una fuerza extraordinaria. Una coreografía del israelí Ohad Naharin, 'Minus 16', con estilos musicales populares y la presencia del grupo como protagonista al igual que en otras de sus coreografías, cerraba el programa. 

El Ballet Preljocaj, que dirige el francés Angelin Preljocaj, empezó con una obra relativamente reciente de su director, 'Spectral evidence' (2013), sobre el juicio a las brujas de Salem en el siglo XVII, con música de John Cage, y acabó con un ya clásico de la compañía, con 'La stravaganza' (1997), una obra sobre el encuentro de dos mundos y sobre las contradicciones de cada uno de esos mundos, representado uno por música de Vivaldi, y el otro, por sonidos contemporáneos.

Tanto y tan bueno en tan pocos días en el Liceu parece un milagro, pero es en realidad un espejismo. IT Dansa actuó solo dos días y ambos, en sesiones matinales. El Ballet Preljocaj ofreció cinco representaciones, lo que sumado a las cinco que había dado en diciembre el Ballet Nacional Sodre-Uruguay que dirige Julio Bocca, suma un total de 12 funciones de ballet esta temporada. Una miseria.

Pero la auténtica miseria es que un teatro como el Liceu no tenga una compañía, propia o asociada, de ballet como ocurre en todos los grandes teatros de ópera. Algunas, como la de la Ópera de Paris, vienen de una tradición muy antigua. Otras, de gran prestigio, como el Royal Ballet de Londres, tienen apenas 80 años de historia. El que sí es centenario es el ballet de la ópera de Roma que además cuenta con escuela propia desde 1928.

Una reciente visita a aquella ciudad ha permitido comprobar la buena forma del ballet de aquel teatro bajo la dirección de Eleonora Abbagnato. Esta compañía, al igual que la de ópera, ha pasado por numerosos vaivenes políticos aliñados con un exceso de corporativismo y de conflictividad interna que afectaron a la calidad artística en el pasado. La compañía ha inaugurado el año representando 'Il Pipistrello' ('El murciélago'), una versión de la opereta del mismo nombre, de Johann Strauss hijo, coreografiada por Roland Petit en 1979 para su esposa, Zizi Jeanmaire, interpretada ahora por Maria Yakovleva y Friedemann Vogel en los papeles principales. Y además, lo ha llevado a Paris, al Théâtre des Champs-Élysées.

Espejismo es pues cuanto ocurre en le Liceu con la danza. Más todavía si recordamos que tradición la había en el teatro desde los tiempos de Pauleta Pàmies con un cuerpo de baile propio, una tradición continuada después por Joan Magriñà. Era una tradición a la que se sumaba en los años 50 y 60 la llamada Temporada de Primavera en la que compañías extranjeras podían hacer hasta 20 funciones en el teatro de La Rambla como era el caso del Gran Ballet del Marqués de Cuevas, el London Festival Ballet o el New York City Ballet que dirigía el gran George Balanchine.