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'Balconing, mamading, asesinating'

trueba dominical 622

trueba dominical 622 / periodico

DAVID TRUEBA

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Fue una de las noticias del verano, cuando en Magaluf se conoció la historia de una de esas fiestas regadas en alcohol donde una joven podía ganarse el privilegio de la barra libre a base de sexo oral con otros clientes. Con el gracejo popular, no hubo problema en bautizar el espectáculo como 'mamading', en prolongación del 'balconing', que lleva ya años haciendo furor y que le ha costado la vida a varios turistas que intentaron alcanzar la piscina desde los balcones de su hotel. No es un asunto limitado a las Baleares, por más que reciban un nutrido grupo de participantes en estas actividades. En un país como el nuestro, lleno de encanto y atractivo para el turista, es normal que se produzca un llamamiento masivo de visitantes ansiosos de fiesta y pasote en diferentes puntos de la costa. Hermosas ciudades han sido transformadas por ese fenómeno en contenedores bien parecidos a la peor pesadilla, jardines de las delicias coronados por sangre joven y borracha. Hacemos caja y con ello nos consolamos de cualquier sentimiento de culpa y de tanto en tanto festejamos los excesos casi como una chocarrera ocurrencia de esos alienígenas venidos del primer mundo financiero a gastarse los ahorros.

Pero hace algunas semanas, en pleno verano, reparé en un coche que conducía haciendo eses por la autopista. Era tarde en la noche y al llegar al peaje me asomé a su interior echando un vistazo rápido. El conductor, un joven español, iba tan pasado de pastillas y alcohol que le resultaba difícil hasta encontrarse el bolsillo para pagar con la tarjeta de crédito. Por desgracia iba al volante y se convertía en un peligro para los demás. Así que uno anhela que la autoridad lo pueda sacar de la ruta antes de que provoque una desgracia. Unos kilómetros más adelante, llegando casi a Barcelona, un coche en esa misma autopista conducía en dirección contraria por uno de los dos carriles. Por la velocidad con que lo hacía era obvio que participaba en un desafío, en una carrera particular, que con un poco de suerte terminaría en risas, algún dinero y una total ausencia de rubor ante la tragedia esquivada.

No existirá el gracejo popular para denominar a estas actividades como 'asesinating', pero la combinación de coches con alcohol y pastillas, base nutritiva del entretenimiento más descerebrado, merecería llamarse así para exponernos a la cretina deriva en la que vivimos. Una especie de encierro taurino con coches y autopistas como protagonistas y esa feria desatada que celebra la adrenalina como si fuera un componente al que deberíamos tener más respeto y admiración que a la templanza o la inteligencia. La salida del entretenimiento juvenil de la ciudad hacia los polígonos convoca a esos conductores bajo la influencia, convertidos en plena madrugada en los reyes de una película propia donde los demás son meros figurantes sin valor. El riesgo se eleva cuando la enajenación se apodera de gente que, en plena consciencia, sería incapaz de lanzarse a una tendencia homicida tan absurda. Pero la gracia deja de hacer gracia cuando propone una tragedia como posible final. Es ahí donde la reflexión necesitaría ampliarse, para entender si el 'balconing', el 'mamading' y el 'asesinating' conforman un síntoma de algo mucho más grave: la estupidez humana como una búsqueda siempre más allá, más lejana y más inalcanzable, superándose en cada prueba y en cada década.