La clave

Ayudar a los niños, cosa de pobres

ENRIC HERNÀNDEZ

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Prometo no abrumarlos con estadísticas, pero es preciso apuntar algunos datos para calibrar la magnitud de la tragedia. 2,3 millones de niños españoles (el 27,5%) malviven bajo el umbral de la pobreza. El número de hogares con menores con todos los progenitores o tutores en paro se ha triplicado desde el inicio de la crisis.  En los últimos tres años, a medida que el drama del desempleo se agravaba, la inversión pública en políticas de infancia ha caído un 15%: hoy equivale al 1,4% del producto interior bruto (PIB) español, frente al 2,2% de promedio en los 28 estados de la Unión Europea (UE). Y España presenta la más alta tasa de abandono educativo temprano en Europa, por encima de potencias tales como Malta, Rumanía, Bulgaria o Estonia.

Las cifras están extraídas del informe La infancia en España 2014, presentado esta semana por Unicef. Seguro que les suena: es la agencia de la ONU que vela por los derechos de la infancia, la misma que un día  lucieron en el pecho los jugadores del Barça y que hoy, relegada por los petrodólares de Qatar Foundation, aún se adivina en sus posaderas.

En los cuartos traseros de los presupuestos públicos figura igualmente la atención a la infancia, pese a que en el 2012, cuando Unicef dio la primera voz de la alarma, el Congreso acordó por unanimidad «proteger las inversiones en los ámbitos que plantean desafíos fundamentales a la infancia, como la lucha contra la pobreza, la salud, la educación y la protección». Huera prosopopeya de nuevo cacareada en el Plan Nacional de Inclusión Nacional del Gobierno, que en el 2013 solo incorporó 17 millones de euros adicionales para sufragar la lucha contra la pobreza infantil.

Reformas e inversiones

Unicef pide un pacto de Estado por la infancia que incluya reformas legales, inversiones públicas y el derecho de voto desde los 16 años. Nadie ha atendido su demanda; debe ser que gobernar en favor de los pequeños es cosa de pobres. Y es que los gobernantes, se llamen Rajoy o Zapatero, Mas o Montilla, juegan con la ventaja de que los niños no pueden votarles. No parecen darse cuenta de que, al paso que van, los adultos tampoco lo haremos.