La potencia de la imagen del niño sirio ahogado

Aylan sobre la arena

Las fotografías sí pueden tener pasado y futuro, porque a ellas se van sumando significados

Aylan sobre la arena_MEDIA_2

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MARÇAL SINTES

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Ya ha pasado un cierto tiempo desde que la fotógrafa Nilüfer Demir decidió apretar el botón para «mostrar la tragedia», tal como ella misma declararía después. Me pongo sus dos fotografías más conocidas delante. En la primera aparece el cadáver de un niño de 3 años, Aylan Kurdi. En la segunda, un policía guardacostas acarrea al niño en brazos.

El policía es delgadito, y viste un chaleco. Tiene la nariz afilada, bigote estilo Clark Gable y es bastante joven. Se llama Mehmet Ciplak. Cuando vi por primera vez esta segunda imagen sentí a Aylan en mis brazos: apenas pesa, es increíblemente ligero. Los niños muertos parece que floten, que la gravedad haya querido liberarlos. Quizá por eso los ángeles casi siempre son representados como críos con alas... Que para sostener un niño muerto casi no hay que hacer fuerza me lo contó una vez un policía con mucha experiencia en accidentes de tráfico.

Pienso ahora en Mehmet, el policía turco. Por sus palabras sabemos que se acordó de su propio hijo y del padre de Aylan. ¿Se preguntó también por qué el cadáver pesaba tan poco? Está claro que retira el cuerpo para esconderlo de la vista de la gente y de los objetivos. Para protegerlo. Mirar y fotografiar son dos maneras de quedarte con lo que no es tuyo, de arrebatar, de robar. «El acto de fotografiar es un simulacro de posesión, un simulacro de violación», señaló Susan Sontag. Antes de coger al niño, el guardacostas ha tomado unas notas, ha llenado un formulario. Se esfuerza en ser profesional, me digo. Sabe que a él también lo están mirando y le están haciendo fotos. Aylan, Galip -su hermano de 5 años- y Rehan, su madre, subieron a la barquita en Bodrum, una ciudad turca turística. Habían huido de Siria y pretendían llegar a la isla griega de Kos, a un tiro de piedra. Los tres están muertos. El padre, Abdalá -que ahora sí lo ha perdido todo-, explicaría que sus hijos se le escurrieron de las manos al volcar.

En la otra imagen, también en la playa de Ali Hoca Burnus, muy cerca de donde había embarcado, se ve a Aylan boca abajo, los brazos hacia atrás y las piernas flexionadas, exactamente como a menudo duermen los bebés y los niños pequeños. El cadáver se halla sobre la arena y mirando al mar. Las olas, suaves, le mojan la cabeza, el cuerpo y las piernas. Solamente le vemos parcialmente la cara y lleva ambos zapatos puestos, así como un polo rojo y unos pantaloncitos azul marino. Esta foto se ha convertido en un símbolo llamado a perdurar en el tiempo.

La fotografía se ha emparentado a menudo con la muerte. La fotografía es un corte en el tiempo, un instante congelado. Una representación en la que no hay pasado ni futuro. Sospecho que esta imagen se ha convertido en un símbolo también por su forma, no solo por lo que muestra y lo que evoca. Tiene una estética particular. Transmite placidez. Aylan parece que duerma, las olas hacen como si lo acariciaran, como pidiéndole perdón, y no hay nada que distraiga la mirada o que rompa la composición. La luz que envuelve el cuerpo está difuminada -debe ser muy pronto por la mañana- y el cuerpo del niño apenas proyecta una sombra borrosa sobre el agua. La luz perfecta para un fotógrafo. La imagen mezcla horror y belleza tranquila, lo que la hace aún más terriblemente desoladora.

Decía que en la fotografía no hay pasado ni futuro, y no es del todo cierto. También se suele decir que la fotografía siempre es mentira, y tampoco es exactamente así. Fotografías como esta, o la de Kim Phuc -la niña vietnamita de 9 años que huía quemándose de un bombardeo-, son imanes de significado, construyen puentes, links, como se dice ahora, que nos llevan a otros lugares: hechos, palabras, sensaciones, etcétera.

Es por ello que las fotografías sí pueden tener pasado y futuro. Porque a ellas se van adhiriendo, sumando, significados. Cosas que han pasado antes de que el fotógrafo, como Nilüfer Demir Nick Ut -autor de la foto de la niña vietnamita-, disparasen su cámara, y cosas que pasaron y pasan después de hacerlo. En la foto de Aylan  sobre la arena hay bombardeos, Bashar al Asad, los yihadistas, ciudades arrasadas, alambradas, trenes que llevan a campos de refugiados, Orbán advirtiendo del peligro musulmán, Fernández Díaz, policías golpeando a hombres y mujeres, una multitud caminando, Merkel, los autocares hacia la libertad, nuevos contratiempos... y mucho más.

Es esta capacidad de connotar, de despertar significados, lo que otorga sentido a las imágenes. Su fuerza es lo que las convierte en un símbolo. Es también de este modo que una imagen puede llegar a contener y transmitir mucha verdad o muchas verdades. El fotógrafo y ensayista Joan Fontcuberta tiene escrita una buena frase sobre esta paradoja: «El buen fotógrafo es aquel que miente bien la verdad».