La clave

¡Ay de los vencidos!

JUANCHO DUMALL

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Las derrotas deportivas más aparatosas tienen casi siempre efectos corrosivos de larga duración y difícil cura. Solo los muy grandes saben sobreponerse al fracaso por la vía de extraer las enseñanzas de la pifia. No parece que este vaya a ser el caso de la selección española de fútbol, cruelmente vapuleada en Brasil. Aún peor que la eliminación a las primeras de cambio puede ser el hundimiento de la imagen de un colectivo que, en el terreno no estrictamente deportivo, muchos consideraban ejemplar. Eran chicos guapos, correctos, simpáticos, generosos, no afectados por el individualismo tan frecuente en ese mundo. Una familia numerosa sabiamente dirigida por un patriarca tan bonachón como educado. Pero algunos incidentes ocurridos tras el batacazo amenazan con hacer saltar por los aires esa imagen. ¡Ay de los vencidos!

En la derrota han asomado los personalismos, los enfados de los suplentes, las tensiones en el vestuario, alguna salida de tono con los periodistas, la desconsideración con los aficionados... La selección no tuvo, por ejemplo, el detalle de saludar ayer en el aeropuerto de Barajas a las decenas de incondicionales que la esperaban para transmitirle su aliento en las horas más duras. Un error clamoroso.

Respeto

Y eso que la Roja no podrá quejarse del trato recibido por los medios tras sus fiascos frente a Holanda y Chile. No. Lo que ha primado en las crónicas y en los análisis de los especialistas ha sido el respeto por un grupo que hasta la aciaga tarde de Salvador de Bahía había maravillado con su fútbol técnico, elegante y combinativo, que le llevó a la cima del mundo. En un país cainita como el nuestro no hubo ensañamiento con los jugadores ni con el seleccionador. Había tanto agradecimiento al equipo por sus gestas anteriores que el enorme borrón de Brasil no hizo brillar las navajas. La reacción no fue de ira sino de estupefacción.

Del mismo modo que nadie desea el regreso al triste fútbol de la furia y la defensa poblada y expeditiva, tampoco sería concebible el regreso a los tiempos en los que la selección era un colectivo que llevaba el mal rollo por bandera.