La aventura de tener hijos

No seremos felices por tener los hijos que queramos, sino por querera los hijos que tengamos

Dos niños juegan con la arena en el patio de una guardería sueca.

Dos niños juegan con la arena en el patio de una guardería sueca. / FS HL AJP**LON**

MIGUEL ÁNGEL BELMONTE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Al reflexionar sobre la cuestión de la natalidad, resulta oportuno recordar la publicación hace un siglo de 'La decadencia de Occidente'.  Para su autor, Oswald Spengler, la mentalidad artificial y anquilosada de la gran ciudad constituye  causa directa de una grave incapacidad para la transmisión de la vida.

    El mismo que hace cien años descubría el footing y los picnics dominicales, ahora persigue pokémons y juega en el autobús al candy-crash. Y representa perfectamente el alejamiento total de la naturaleza y la dependencia total de la técnica. Y cuando falla la técnica, queda sumido en la perplejidad y en la incapacidad radical para la acción. Y esta incapacidad para la acción viene precedida y provocada por otra incapacidad, la incapacidad para la contemplación. 

    La crisis de la natalidad es resultado de la incapacidad cultural para contemplar con una actitud agradecida la naturaleza que nos rodea. Nos cansamos de medir, controlar, cuantificar... todos los fenómenos naturales, pero luego no sabemos contemplar lo que verdaderamente la naturaleza es.

     De ahí que las reivindicaciones ecológicas contrarias al crecimiento demográfico olvidan que también el hombre es parte de esa naturaleza. No sabemos ver la fuerza de la naturaleza en nosotros mismos. Preferimos tecnificar nuestras vidas, desnaturalizarlas. 

    Esto se da en todas las facetas de la vida, pero muy notoriamente en los mecanismos culturales relativos a la sexualidad y la natalidad: nos pasamos media vida utilizando las mejores técnicas para evitar los nacimientos y la otra media poniendo todos los medios tecnológicos al alcance para conseguirlos.

     No contemplamos, solo producimos. No vivimos según la naturaleza, nos falta actitud contemplativa. Saltamos de actividad en actividad durante el día y luego necesitamos somníferos. Nos asaltan desde la infancia mensajes con una fuerte carga sexual todos ellos  y luego necesitamos acudir a un especialista para que nos recete algo que nos excite. 

Antisociales

En lugar de dejarse sorprender por la maravilla de una nueva vida, preferimos calcular el número, la fecha y hasta el ADN de nuestros hijos. Se buscan razones para tener hijos y entonces es imposible tenerlos. Y si no somos suficientemente racionales y calculadores se nos censura con mirada acusadora, se nos acusa de antisociales. 

    Y, sin embargo, qué gran aventura. Con razón dijo Chesterton que el padre de familia numerosa es el verdadero aventurero épico de nuestro tiempo. No se trata de que las instituciones políticas alardeen de promover la natalidad, eso no cambia la cultura ni las actitudes. Incluso suele producir el efecto contrario: se refuerza la idea de lo costoso y sacrificado que resulta tener hijos.

     El hiperindividualismo posmoderno solamente nos permite tener hijos como un medio de autorrealización. Pero, que nadie se engañe, no seremos felices por tener los hijos que queramos sino por querer a los hijos que tengamos. H