#ouyeah
Autonomía caudal
Risto Mejide
Publicista
Publicista, autor y comunicador. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas y MBA por ESADE. Columnista, tertuliano y colaborador de radio. Imparte conferencias sobre Marca Personal. En televisión le hemos podido ver en ‘Operación Triunfo’, ‘G-20’ y ‘Tú si que Vales’ de Telecinco, 'Viajando con Chester' de cuatro y actualmente en ‘Al Rincón’ de Antena 3. Ha publicado varios libros, todos con gran éxito de ventas: ‘El pensamiento negativo’ (2008), ‘El sentimiento negativo’ (2009), ‘Que la muerte te acompañ’e (2011), ‘Annoyomics, el arte de molestar para ganar dinero’ (2013), ‘No busques trabajo’ (2013) y ‘Urbrands’ (2014), flamante Premio Espasa 2014. Es socio fundador y director creativo ejecutivo de la agencia AFTERSHARE.TV desde el 2007. Cuenta con más de 2,5 millones de seguidores en Twitter, 680K en Facebook y más de 225K en Instagram.
RISTO MEJIDE
A la palabra verano le pasa como a algunas parejas que conozco. Juntas tienen un sentido muy diferente a si las partes por la mitad. Pero qué ocurre cuando la disección no es ni de lejos simétrica ni equitativa. Qué pasa cuando las cortas por otro sitio que no es la mitad. Hay gente que se ha quedado a medias para siempre por culpa de haberse dejado jirones del alma en la relación. Y por ahí pululan, deambulan, merodean tratando de completarse de cosas que les faltan por culpa de otro que se las llevó. Y como no las encuentran en nadie nuevo, están condenadas a traficar con su propia insatisfacción. A morir por falta de uno mismo. A culpar al nuevo de lo que alguien de mi pasado me robó.
Son colas de lagartija. Se mueven, parecen vivas, pero en realidad dejaron de estarlo el día que les dijeron adiós. Fueron víctimas de un futuro que las engañó. Y ahí siguen, tratando de ahuyentar la soledad a base de espasmos, como si las horas fueran moscas a las que alejar de uno. Eso les pasó por diluir el yo en un nosotros cualquiera. Por olvidarse de conjugar la primera persona del singular. Dejaron de ser dos y creyeron que siendo uno serían más felices. Y suele ser siempre demasiado tarde cuando se dan cuenta de que no. De que ese tiempo nadie se lo va a devolver.
Y qué ocurre con la otra parte. Esa mitad a la que le extirpan de golpe la cola, parte fundamental en la definición del yo. Pues aquí se da un fenómeno maravilloso que los biólogos aún no aciertan a comprender del todo. De pronto, de alguna manera que aún continúa siendo un misterio, las células empiezan a regenerar la parte que faltaba hasta que la reconstruyen. Hasta que se repara por completo el daño causado. Hasta que la cola vuelve a ser cola. Y aquí no ha pasado nada. Ellos lo llaman autonomía caudal. Los psicólogos lo llaman resiliencia.
Yo creo que no se atreven a llamarlo por su nombre: enamorarse.
Todos tenemos más o menos autonomía caudal. Capacidad autoregenerativa natural. Levantarse de un revés emocional creándose un universo nuevo de la nada. El tipo que inventó eso de que un clavo quita otro clavo, realmente la clavó. Pero lo importante no es simplemente volverse a emocionar. Lo importante es hacerlo siempre como la primera vez. Sin diferencia alguna entre la cola que te cortaron y la que has generado de nuevo. Volver al punto cero con la misma ilusión del primer día. Vivir como Dori buscando a Nemo. Y creerte que por fin la has vuelto a encontrar.
Yo no concibo enamorarme de otra manera que no sea para siempre. Si no es eterno, para qué exigirse una exclusiva, oiga que no me compensa, que no me vale la pena. Para eso están las follamigas. Y los amigos de siempre. Y la gente que te quiere de verdad. La que te estimula intelectualmente. La que te hace soñar. Todo lo demás, es subcontratable. Como lo definía categóricamente mi amigo Pedro Ruiz: El polvo, por lo que vale. Ni un euro más.
Por eso, ahí va otro consejo que no me has pedido: si te vas a enamorar, hazlo como las lagartijas. Echa mano de tu autonomía caudal. Extírpate las células muertas, déjalas ahí que pataleen fingiendo estar vivas, y tú céntrate en la relación que vas a regenerar. Concéntrate en construir un universo nuevo. Un lenguaje nuevo. Un nuevo historial. Algo que pueda durar. Porque esta vez puede que sea así. Y si al final no lo es, jamás lo vivas como una pérdida de tiempo, ni mucho menos un fracaso. Porque si todas las cosas que acaban fuesen consideradas un fracaso, en esta vida todo, absolutamente todo, estaría destinado a fracasar.
Y sobre todo, cuando la gente te mire con escepticismo, disimula tu condescendencia y repíteles dos frases:
Todo el mundo se cree que se ha enamorado alguna vez. Hasta que se enamora alguna vez.
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