Análisis

Aún tenemos futuro

DANIEL DE ALFONSO
DIRECTOR DE LA OFICINA ANTIFRAU DE CATALUNYA

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Que la corrupción es un virus mortal de carácter endémico es algo que hoy ya nadie se puede atrever a cuestionar. Como tampoco que su raíz se encuentra en la educación. O mejor aún, en la mala educación. Y sobre todo se encuentra en la deformación de los valores humanos y sociales. Por desgracia, la codicia de quienes han ostentado el poder se ha instalado en el corazón mismo de ese poder.

Éramos todos tan felices con nuestro idolatrado Estado del bienestar que poco nos importaban los problemas del vecino. Paso a paso logramos generar un mundo de sobreprotección. Una sobreprotección en la que descansábamos de manera confortable bajo la idea de que los líderes políticos (ingenuos de nosotros) nos protegían dentro de esa burbuja del bienestar. Hemos sido tan inmaduros que ni nos importaba. Pero la realidad, la maldita realidad, es que el Estado del bienestar quienes de verdad lo estaban viviendo, con nuestro consentimiento, eran los corruptos.

Algo bueno tenía que traernos esta crisis. Me refiero a las cotas de madurez que estamos alcanzando (a la fuerza ahorcan) y a la necesidad de tener que sobrevivir por uno mismo. Fruto de ello es un hartazgo social que se traduce en una densa lluvia de denuncias por corrupción. Aunque también es verdad que hay muchos hombres y mujeres con dedicación y proyección pública y social, entre los que permítanme incluirme, que harán que la tormenta escampe.

Cualidades del político

Parece, pues, que la sociedad se ha independizado de su dependencia política. Gran avance, sin duda. Pero sin olvidar tampoco que la política forma parte de la naturaleza humana. Que no se puede huir de ella. Y que tampoco ya nadie va a volver a permitir que el político huya de la sociedad. Si quiere llegar a gobernar, el político del futuro deberá reunir las cualidades de respetarse a sí mismo, respetar a los demás, ser honrado, ser justo, tener autocontrol, saber escuchar, ser positivo y, sobre todo, hacer las cosas sin esperar recompensa a cambio. Porque todos sabemos que la moral y la política son y deben ser compatibles.

Quienes ostenten el poder han de interiorizar de una vez por todas que deben impulsar las leyes que el pueblo demanda. Y ahora la sociedad demanda transparencia. Ya puede, pues, olvidarse todo político corrupto de máximas como «actúa y justifícalo después» o «si hiciste algo, niégalo». Ha sido técnica común del corrupto guiarse por la única intención de obtener un beneficio irregular que de otra manera le sería imposible conseguir. Pero si hay algo en lo que nuestra sociedad se muestra más unida que nunca es la necesidad de que estas máximas se destierren para siempre. Porque cuando se traicionan los deberes más elementales todo comienza a descomponerse.

Aún tenemos futuro: no se pierda ni un instante en aprobar una auténtica ley de transparencia con la que ganar en moral y buenas prácticas. ¡Nos urge! La antesala del progreso, lo que se precisa para salir adelante de esta situación de estado de corrupción, es la publicidad de los actos públicos. Si negamos la transparencia, negaremos el derecho social más importante del siglo XXI. Cualquier decisión política o pública que no pasase el filtro de su publicidad es porque no sería moral. El corrupto ha de ser expulsado de la vida pública. Aunque les duela en las entrañas reconocerlo. Solo el político que realmente sea honrado terminará por liderar cualquier país. Así, y solo así, podremos salir adelante. Si no, tiempo al tiempo.