El debate europeo

Atenas, entre Bruselas y Madrid

El acuerdo que prolonga el rescate de Grecia no es una rendición sin condiciones de Tsipras y Varoufakis

JOSEP BORRELL

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El acuerdo que prolonga cuatro meses el plan de ayuda a Grecia ha sido presentado como una total derrota de su nuevo Gobierno. Y ha producido un encontronazo con los Gobiernos español y portugués, a los que Alexis Tsipras acusa de dificultar las negociaciones y buscar la caída de su Ejecutivo. Pero es objetivamente cierto que Alemania, España, Portugal y Finlandia han sido los países que más exigentes se han mostrado con Grecia. Y todos por razones de política interna: para no dar alas a Podemos, para no dar razones a la extrema derecha antieuropeísta, para que no parezca que otros han conseguido un mejor trato o para atender a una opinión pública contraria a las ayudas a los 'perezosos' mediterráneos.

En Alemania, donde solo el 21% aprueba el acuerdo, es frecuente un lenguaje público antigriego que también merecería calificarse de populista. Durante el debate en el Bundestag, el ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, no se privó de acusar a los griegos de abusar de un Estado del bienestar superior al de otros países europeos. Quizá no sea el señor Schäuble, que hace 15 años tuvo que dimitir por estar involucrado en la financiación ilegal de su partido, el más adecuado para dar lecciones de moral. Aunque esos pecadillos no se sancionen demasiado en las responsables democracias europeas.

Tampoco tiene mucho sentido criticar los supuestos desacuerdos de la pareja Tsipras/Varoufakis cuando Schäuble y su colega de Economía, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, han discrepado públicamente, uno declarando inaceptable el plan griego y el otro considerándolo una buena base de discusión. Gabriel ha recordado que el gasto público en Grecia ha bajado un 24%, y se ha preguntado qué habría pasado si eso hubiese ocurrido en Alemania.

La recomendación de Giscard d'Estaing

Sin el acuerdo se habría provocado una salida desordenada de Grecia del euro, que hubiese costado muy cara precisamente a esos países que más parecen haberse opuesto al pacto. En Grecia la gran mayoría no quieren salir del euro, quizá porque intuyen los costes que tendría. Puede que los de quedarse sean aún mayores y que al final no les quede más remedio que salir, como Giscard d'Estaing les acaba de recomendar. Pero Tsipras no fue elegido para salir del euro, sino para poder quedarse sin que una exagerada austeridad sea una medicina mortal para su economía y su sociedad. Y los griegos han creído, con razón, que eso lo puede conseguir mejor la rompedora pareja Tsipras/Varoufakis que Samarás.

Pero no ha sido solo desde la derecha o los medios de prensa conservadores que el acuerdo se ha presentado como una humillante derrota de Tsipras. También lo ha hecho el ala izquierda de Syriza. Y en España, varios comentaristas emparentados con el partido socialista, que tampoco está muy interesado en darle alas. La batalla de cifras, conceptos, imágenes y valores -que de todo hay en la interpretación del acuerdo- muestra que de lo que se trataba no era solo de un problema entre deudores y acreedores, sino también (o incluso más) del crédito político de Syriza entre los electores europeos.

Cierto que la diferencia es enorme entre su programa electoral y las reformas que el Gobierno griego propuso al Eurogrupo. Pero no es el señor Rajoy el más adecuado para reprochar que un Gobierno se haga elegir con un programa inaplicable… Recuerden sus promesas de no subir el IVA ni los demás impuestos, no financiar con dinero público los bancos en crisis, no recortar la sanidad ni la educación, etcétera.

Margen de maniobra

Pese a todas las dificultades, de una huida de depósitos y de un cierre del grifo del BCE que no dejaban margen de maniobra, el acuerdo no es una rendición sin condiciones. Y no me refiero al cambio semántico de 'troika' por 'instituciones'. Ya no se fija un objetivo cuantificado para el superávit primario (antes del pago de intereses) del 3% este año y el 4,5% el próximo como exigía Schäuble. Ya solo se habla de un «superávit apropiado» que tenga en cuenta las «circunstancias económicas de la economía griega». Una ambigüedad calculada que abre un margen de maniobra.

Las medidas de ayuda a los griegos más pobres también se han salvado, aunque deben tener un impacto presupuestario neutro. Lo que será un incentivo para la lucha contra el fraude fiscal, que es la parte más importante de los compromisos que Tsipras asume. A corto plazo pretende conseguir 7.500 millones y construir un sistema fiscal legitimado y respetado, que es la madre de todas las reformas estructurales que Grecia necesita.

Políticamente tampoco es despreciable para la opinión publica griega que su Gobierno haya dejado se ser la víctima pasiva de una troika todopoderosa. El apoyo a Tsipras ha aumentado hasta el 75%. Y el acuerdo es otro símbolo de que la austeridad mortífera como forma de resolver los déficits públicos empieza a retroceder en Europa.