LA RUEDA

Atavismos 'versus' democracia

Nuestro imaginario cultural no se corresponde con nuestra espontánea realidad cotidiana

RAMON FOLCH

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El rector de una universidad catalana solía decir: "Regir la universidad es como tratar de gobernar un rebaño de gatos". No sé si han intentado disciplinar a un conjunto de felinos. Es tarea casi imposible. El más dulce de los gatos domésticos reserva siempre un zarpazo para su protector, y en todo caso su comportamiento es circunspecto e imprevisible. Los gatos son espíritus libres, pero no tienen amigos.

Los cánidos, en cambio, presentan siempre un comportamiento coral y respetan el orden jerárquico. Son leales por naturaleza, por eso el perro fue amansado milenios ha, hasta convertirse en la estampa de la fidelidad. Uno puede fiarse de su perro, que es la antítesis del gato en las relaciones con los humanos. Puede reprocharse al perro la sumisión, pero hay que alabar su nobleza.

Los peores mamíferos son los primates: agresivos, arteros, traidores... Los peores según los valores humanos, desde luego. Sorprendente, porque los humanos somos primates. O sea que nuestros valores no coinciden con las características atávicas de nuestra especie, una trágica paradoja. Nuestro imaginario como especie es un constructo cultural que no se corresponde con nuestra realidad espontánea cotidiana.

La democracia es impensable entre los gatos, funcionaría muy bien en una sociedad canina y es necesariamente defectuosa en colectivos de primates, humanos incluidos. La experiencia lo corrobora. Solo una fuerte contrariación de las inclinaciones humanas por vía de la educación permite el triunfo de los valores democráticos. Deberíamos percatarnos de ello. Sin educación, la democracia es una parodia representada por una especie egoísta y tramposa. Partidos, elecciones y parlamentos no pasan entonces de ser una mera comedia de enredo. Sin serios valores adquiridos y sin educación contrariadora, la democracia es una farsa.