La clave

El aspirante a sucesor

El ministro de Justicia encaró la ley del aborto como la vía para seducir al ala conservadora del PP, que siempre receló de él

ENRIC HERNÀNDEZ

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Cuenta Gregorio Peces-Barba que en los años 80, siendo ya presidente del Congreso, un día le espetó al diputado de Alianza Popular José María Ruiz Gallardón: «Con lo conservador que eres, cómo te dejas explotar por [ManuelFraga». A lo que el lugarteniente del exministro franquista repuso: «¿Conservador yo? Tendrías que conocer a mi hijo Alberto. Ese sí que es de derechas».

Alberto Ruiz-Gallardón, veinteañero concejal de la oposición en Madrid, ya despuntaba entonces por una brillante oratoria acorde con su ambición política. Si era tanto o más de derechas que su progenitor era su secreto, porque en su ejecutoria política siempre procuró esculpirse una efigie tolerante y moderada que le permitió gobernar en Madrid durante 16 años: ocho en la Comunidad y ocho más en el Ayuntamiento, siempre con mayoría absoluta.

En tanto José María Aznar musculaba su sueño de una «derecha sin complejos», Gallardón se erigía en su antagonista predicando que «las elecciones se ganan desde el centro». Mientras sus compañeros atizaban la catalanofobia, él alababa al catalanismo moderado y agasajaba a Jordi Pujol en la Puerta del Sol... bajo un diluvio de monedas. Y en el 2008, cuando los guardianes del aznarato trataron de defenestrar a Mariano Rajoy tras su segundo tropiezo electoral, él se aprestó a apuntalarlo. Lograba así neutralizar a su adversaria común, Esperanza Aguirre, y asegurarse una cartera ministerial si Rajoy llegaba, al fin, a la Moncloa.

Cuando, por orden del presidente, Gallardón elaboró una ley del aborto que abocaba a las españolas a la clandestinidad y las tinieblas de los 70 o primeros 80, muchos coligieron que su padre tenía razón: que bajo los pelajes centristas siempre se ocultó un lobo conservador. Pero caben otras hipótesis.

Otra muesca

Eterno aspirante a sucesor, el ministro de Justicia encaró la ley del aborto como la vía para seducir al ala conservadora del PP, que siempre receló de él. Tan fuerte jugó que Rajoy le vio la apuesta, forzando la retirada de la ley y su autor. Otra muesca en la culata presidencial, que cuenta los pulsos por victorias, y los rivales, por cadáveres.