Asomarse a la grieta

ENRIQUE DE HÉRIZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Durante una semana me he concedido permiso para hacer algo que me tenía prohibido desde que existe la prensa digital: leer los comentarios. Mejor dicho, no leerlos: buscarlos, coleccionarlos, refocilarme en ellos. En prensa económica, política y deportiva; en diarios, revistas y blogs. Nadie —ni siquiera quien se acerque a ello con espíritu entre jocoso y antropológico, como he hecho yo— sale indemne de semejante experiencia. Asomarse a lo más burdo, básico y elemental del comportamiento humano tiene, como mínimo, un efecto contaminante.

No me ha tomado por sorpresa, claro. Si me lo tenía prohibido era precisamente porque daba por hecho el nivel de inquina, violencia y obcecación que iba a encontrar. Así que no me indigna ni sorprende: me entristece, eso sí, más allá de lo que imaginaba. Porque lo que revela ese comportamiento primitivo que se manifiesta al amparo del anonimato virtual es la anchura de la grieta que está partiendo el muro de la sociedad. La anchura y su cantidad de ramificaciones. Hablamos mucho de la grieta original, que es de naturaleza económica. No nos cansamos de decir que la separación entre ricos y pobres se hace cada vez mayor. Pero quizá olvidamos subrayar las consecuencias, las grietas secundarias que trazan en la pared un dibujo peligrosamente parecido al de las varices bajo la piel.

La grieta ha ocupado el centro del muro, desplazando hacia ambos márgenes a quienes, en función del lado que ocupen, dispondrán o carecerán en términos casi absolutos del acceso al conocimiento. Ya no nos separa el dinero, sino las consecuencias obvias e inmediatas que se derivan de su posesión: nos separa la cultura, y no entendida como erudita sofisticación, sino como pan básico del espíritu. Se nos multiplican las grietas y mientras tanto —sin darnos cuenta de que no es la pared de una casa, sino el muro de contención de un dique lleno de cieno apestoso— como buenos trogloditas alzamos la porra, listos para darle en toda la cresta a quien se atreva a asomar la cabeza por ella. Porque, eso sí, a brutos no nos gana nadie.