La ley de barrios

¡Ascensooor!

Históricamente los barrios de la Barcelona metropolitana tuvieron que crear su propia ley, y esta se ha llamado democracia. La ley de la gente de la calle

En Can Tunis 3 Pere, a la izquierda, de oscuro, en una visita del alcalde franquista Enric Massó al barrio, en 1974.

En Can Tunis 3 Pere, a la izquierda, de oscuro, en una visita del alcalde franquista Enric Massó al barrio, en 1974.

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

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Los cines estaban desapareciendo de los barrios, año 1984, puro Orwell, y eso que lo más gordo estaba por llegar. Veíamos en 'La ley de la calle' el color de los peces luchadores de Siam y aquí luchábamos por el derecho a la ensaimada. Era otra calle. Se acababa la prehistoria para dar paso a la perestroika. En la playa de Sant Adrià el hoyo de las pirámides iba a ser conocido poco después como Chernóbil, y en su orilla las torres de la FECSA, aunque nadie lo sabía bien, tenían los días contados igual que aquel proletariado al que de un modo trágico e involuntario simbolizaban. Y encima aquí sí que ya no había cines, como aquí nunca hubo librerías, como aquí tampoco llegaba el metro, aunque se le esperaba con el temor de ser estafados, porque en 'Bienvenido míster Marshall' todo el mundo había aprendido qué ocurre con lo que tiene que llegar.

Se extinguía la era primitiva de los barrios. Pero aún seguían vivos los primeros hombres y las primeras mujeres que tallaron su sílex campesino a las afueras de una ciudad que jamás pisaron si no fue para hacerse una foto en las Golondrinas, es decir, la lucha obrera por el derecho al café con leche. 'Con un café con leche y una ensaimada, 'rematás' esa noche de bacanal', lo cantó un tango. Las noches de los barrios se convertían en una noche de los muertos vivientes en medio de la gran bacanal de la reforma industrial.

Y en la otra bacanal nocturna, crepitaban donde se abolía el alumbrado público los cables de la alta tensión, y dentro de los bloques, en las habitaciones de los chavales (el póster de Barón Rojo, lo último que quedaba rojo), crepitaban los huesos destemplados del paro juvenil. Crepitar era sinónimo de rechinar, no de leer el 'Creepy' (que también). Rechinaban calientes de sopa los dientes de los padres que ya se sabían animales raros, el autocar de madrugada a la fábrica, obreros con trabajo fijo, especie en extinción.

Crepitaban los dientes de las madres con los zapatos aún llenos de barro. Y crepitaban y crujían los cráneos de la gente preguntándose qué he hecho yo para merecer esto, como la película de Almodóvar que también entonces estaba en los cines. Aquella M-30 madrileña nos rodeaba a cada uno de nosotros. Cualquier barrio era todos los barrios del mundo en el lenguaje secreto de los bloques. Nos reconocíamos entre nosotros con solo mirarnos. Hablábamos de lo mismo. De vencedores y vencidos. La revolución permanente, que tenía nombre de peinado con rulos de plástico.

LOS VASOS COMUNICANTES

La ley de barrios va a poner escaleras mecánicas en los sitios donde ha fallado el ascensor social. Pero es que el ascensor ya se instaló averiado. Lo único que ha ascendido en Barcelona en las últimas décadas han sido las torres de la Sagrada Família al tiempo que se ha desmantelado el Estado de bienestar. Vasos comunicantes. Históricamente los barrios de la Barcelona metropolitana tuvieron que crear su propia ley, y esta se ha llamado democracia. La ley de la gente de la calle. Han sido los barrios, sus habitantes, sus moradores (porque se ponían morados de trabajar), quienes convirtieron las pendientes de los socavones en trampolines sobre los que impulsarse hacia una vida normal.

Un pijo diría una vida "digna", pero la gente a lo que aspiraba era a vivir normal igual que todo el mundo. Cuando la gente de los barrios ha podido tener un parque, un ambulatorio, una guardería, un polideportivo, ha sido porque lo ha conseguido con su propias manos, con su esfuerzo, jugándosela, encadenándose a excavadoras, acampando en descampados, cortando calles bajo las porras de la policía, asociándose en asociaciones de vecinos, metiéndose en política para llenar de vecinas y vecinos, de albañiles, de tenderos, de maestros de escuela, de camioneros, de oficinistas, las candidaturas a los ayuntamientos.

Ese ha sido el verdadero ascensor social de los barrios. El que ha funcionado por tracción humana y solidaria. El otro ascensor social ha consistido en una tomadura de pelo, ha sido el bienvenido míster Marshall de la gente de la periferia. Un eufemismo que significa "sálvese quien pueda". En los ascensores no cabe todo el mundo, ni siquiera en los más grandes. Apenas entra un grupo de afortunados. Siempre los que han llegado primero. Ascensor social es una forma de no decir "ascensor de clase". Ya que a eso se refiere: a trepar. Pero las palabras, como la realidad, pueden interpretarse de otra manera, y entonces "ascensor social" va a querer decir: la sociedad prosperando en conjunto. Porque la democracia está para eso.