Editorial

El asalto de Sídney

En el país austral había ya un debate abierto sobre el terrorismo de matriz islamista que ahora se intensificará

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A la espera de conocer más detalles sobre el secuestro y de saber si la acción y su autor formaban parte de un complot planeado por una organización o si se ha tratado de la actuación de un lobo solitario o de un perturbado obsesionado por el discurso islamista radical, un dato emerge de lo ocurrido en Sídney: la ubicuidad del desafío yihadista. El secuestro de ayer no ha sido una sorpresa para las autoridades que hace pocos meses aseguraron haber desactivado posibles atentados. Al menos 60 australianos estarían combatiendo con el Estado Islámico (EI) en Irak y Siria.

El Gobierno conservador de Tony Abbot está comprometido en la lucha contra el yihadismo, ha enviado varios centenares de soldados a Oriente Próximo para combatirlo y ha aumentado los poderes de los servicios de inteligencia. Sin embargo, de lo ocurrido ayer en Sídney también emerge la voluntad de que Australia siga siendo un país abierto. La respuesta de la sociedad a lo ocurrido lo demuestra al cortar por lo sano mediante las redes sociales un posible brote de islamofobia al tiempo que los dirigentes islámicos condenaban la toma de rehenes y ofrecían su ayuda a las autoridades.

En el país austral había ya un debate abierto sobre el terrorismo de matriz islamista y sus consecuencias sobre las libertades. Lo ocurrido en Sídney ayer lo intensificará ahora porque, pese al aumento de medidas policiales, un hombre armado pudo mantener al país en vilo.