Artur Mas y el callejón sin salida

Es un grave error no diferenciar la ambición máxima de un objetivo flexible

Joan Tapia

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El domingo me preguntaba las razones por las que Artur Mas está en un callejón casi sin salida. No exageraba y la prueba son los recientes artículos del 'conseller' Andreu Mas-Colell y del economista Miquel Puig. Ambos critican a fondo la resolución pactada entre Junts pel Sí y la CUP que creen un grave error. Y cuestionan así además, eso sí con guantes, el liderazgo de Mas. Porque el incriminado texto solo existe porque Mas ordenó que fuera suscrito. Las CUP no traicionan a sus ideas, es Mas el que enmienda lo realizado por su Govern durante cinco años.

Hay dos razones del atolladero. Una, la citaba el domingo, es que cuando alguien con autoridad da luz verde a algo “grandioso” pero difícil –en este caso la independencia- y asegura que se puede asumir suele haber quién con soltura sube un escalón y reclama dos huevos fritos más. En el 2012 fue ERC que ganó 11 diputados mientras Mas perdía 12. En el 2015 han sido las CUP que han logrado 7 escaños más mientras Junts pel Sí bajaba 11.

La otra razón es más profunda. La editorial Els Llums acaba de reeditar el gran libro de Josep Pallach, “la democracia, per fer qué?” publicado en 1975. El líder socialdemócrata catalán -fallecido dos años después y que solo hacía siete que había vuelto del exilio- revisaba la teoría socialista y concluía que cuando se quieren emprender grandes reformas de estructura, en la ruta al socialismo, no basta una mayoría del 51%. Se precisa un respaldo más amplio. Caso contrario, la fuerte oposición del restante 49% (y de los aliados externos que pueda encontrar) quebraría el proyecto.

Es una reflexión a la que Pallach llegó en base vivir la política con intensidad y tras el entonces reciente golpe contra Allende en el Chile del 73. Y si este principio es válido para un cambio radical de régimen económico no lo puede ser menos para el nacimiento de un nuevo Estado que comporte la traumática ruptura de otro preexistente.  

Por eso es poco serio que Mas proclamara el pasado jueves en el Parlament con total desparpajo que Catalunya tenía derecho a la independencia porque así se había expresado, votando a Junts pel Sí y a las CUP, el 47,8% de la población. ¡Como se puede ser tan ciego como para no saber que si romper un Estado de la UE en el 2015 ya es casi un imposible, todavía lo será más arrastrando el desacuerdo del 52,2% del territorio que se quiere separar! El voluntarismo, motor de la política no conformista, se convierte en un lastre si no ausculta la realidad y se traga su propia propaganda.

Nunca es fácil cambiar radicalmente las cosas. Por eso el socialismo europeo recurrió el siglo pasado a la distinción entre programa máximo (la propiedad pública de los medios de producción) y el programa mínimo, a aplicar cuando se llegaba al gobierno en coalición o sin gran mayoría. Afortunadamente el socialismo democrático nunca pudo aplicar el programa máximo pero si muchos positivos programas mínimos, como las vacaciones pagadas de Léon Blum en la Francia de 1936.

Si Junts pel Sí hubiera ido a las elecciones con un programa máximo (la independencia) y otro mínimo (más autogobierno) no se enfrentaría al absurdo de no tener otra opción que tragar el dictado de la CUP. Salvo ir a unas terceras elecciones en cuatro años, algo que tampoco sería ni normal ni positivo.  

Con un programa mínimo Mas podría pactar con Miquel Iceta. O con el grupo de Lluís Rabell. Su problema es que creyendo aquello bastante boy scout de que la fe mueve montañas ha transmutado el programa máximo en programa mínimo. Y ya se sabe que cuando se grita “'tot o res'”, lo más habitual es que te quedas en el “'res'”.