LA CLAVE

Independentistas frente al espejo

¿Cómo explicar a la gente que no hay república y que se acata la ley de otro estado? ¿Quién les cuenta que, en verdad, la hoja de ruta era una gran mentira?

Carles Puigdemont comiendo en un restaurante de Girona en una imagen de La Sexta.

Carles Puigdemont comiendo en un restaurante de Girona en una imagen de La Sexta. / periodico

ENRIC HERNÀNDEZ

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“La etapa en que hemos entrado…” “Una etapa de esta naturaleza...” Con estos ambiguos enunciados ha definido Carles Puigdemont, en un mensaje ‘institucional’ emitido por TV-3, el presente estadio político de Catalunya. De la "república" proclamada el viernes por el Parlament, ni palabra. Solo una enigmática llamada a plantear una “oposición pacífica” a la intervención de la Generalitat (“ni tenemos ni queremos la razón de la fuerza”) y el compromiso de “seguir trabajando para construir un país libre”. Es decir, una tácita asunción de que Catalunya sigue dentro de España. Estamos donde estábamos.

La comparecencia en diferido del 130º ‘president’ de la Generalitat ilustra el momento kafkiano que vive el país. El Govern no se da por cesado, pero su firma ya nada vale. Por contra, el depuesto ‘major’ de los Mossos, Josep Lluís Traperosí acata su destitución y pide a los agentes “lealtad y comprensión” con el nuevo mando, mientras se retira la escolta a los ‘consellers’.

Que el lunes el 99% los funcionarios sigan en sus puestos y  ejerciendo la misma labor es prueba elocuente de que la “república catalana” solo existe en la imaginación de algunos. Nada nuevo bajo el sol: que la secesión unilateral era inviable lo han reconocido insignes independentistas como Artur MasAndreu Mas-Colell y Lluís Salvadó.

El influyente sector hiperventilado del independentismo ideó un escenario de ocupación cuasi militar de Catalunya y de resistencia pasiva, cortes de carreteras y tomas de infraestructuras del Estado, hasta abocarlo al colapso. Pero Mariano Rajoy ha hecho de sí mismo y, para ahorrarse ese avispero, ha optado por una intervención quirúrgica: amputación de la cúpula de la Generalitat y, como curas paliativas, elecciones al Parlament el 21 de diciembre y un control telemático de la administración catalana. Ante el riesgo de no controlar el territorio catalán, el presidente ha preferido no intentarlo siquiera.

Con un 155 efímero por la automática convocatoria electoral, Rajoy cuadra el círculo. Primero, apacigua a un PSOE que, muy incómodo, podría dejarle solo en cuanto el Estado tuviera que emplear la fuerza en Catalunya. Segundo, amarra el futuro apoyo presupuestario del PNV, pues el mediador Íñigo Urkullu da fe de que quien rompió el pacto secreto fue Puigdemont. Tercero, lima las aristas de la intervención ante sus socios europeos. Y cuarto, aunque no menos importante, arrebata al soberanismo –'comuns' incluidos-- la bandera de las urnas. ¿Quién negará que es democrático votar con todas las de la ley?

DECIR LA VERDAD

Ahora la papeleta la tiene el frente independentista. Ni ERC ni el PDECat se plantean seriamente no presentarse o boicotear las elecciones; demasiado poder autonómico en juego. Otra cosa es la CUP. Todos, también la ANC y Òmnium, se miran al espejo y se preguntan: ¿cómo explicar a nuestra gente que ahora acatamos las leyes de un estado 'extranjero'? ¿Quién les contará que, en verdad, la hoja de ruta era una gran mentira? ¿Cómo prometerles la república tras festejar su advenimiento?