DOS MIRADAS

Artesanía

La mujer que despacha en la panadería, cerca de mi casa, hace pocos días que ha descubierto que me dedico a escribir

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La mujer que despacha en la panadería, cerca de mi casa, hace pocos días que ha descubierto que me dedico a escribir. Desde entonces me trata con un tipo de respeto casi reverencial. Es una mujer que se interesa por la vida de todos. Si entra en la panadería el vecino jubilado, el de toda la vida, que siempre compra dos barras de pan, se dirige a él con familiaridad y le hace un comentario sobre el tiempo. Si entra una abuela con su nieto, a los que no conoce de nada, pregunta a la señora la edad de la criatura y si va a la escuela o si está enfermo, y está a punto de preguntarle si ya lleva todas las vacunas. Si entra un chico joven con su novia, les comenta que hacen muy buena pareja y que podrían aprovechar una oferta de magdalenas. A mí no me decía casi nada («no sufras por diez céntimos, ya me pagarás mañana») hasta que descubrió que escribía.

Hoy me ha preguntado si estaba de vacaciones. Le he contestado (con una punta de exageración) que los escritores nunca las hacemos, y entonces me ha dicho: «Es un no parar, lo creo, y qué privilegio que tenéis. ¡Y qué haríamos si no existiérais!». Me he visto revestido de una inmensa responsabilidad cívica. Después ha añadido: «¿Y alguno de sus hijos continúa con el trabajo?». Lo ha dicho como si se tratara de hacer sillas de anea o barandillas de hierro forjado, como si fuera una empresa familiar. Y me ha emocionado. Escribir, como una artesanía. Le he dicho que no y me he ido, con dos cruasanes de mantequilla en una bolsa de papel.