SOBRE EL MUNDO EDITORIAL

Un arroz un día cualquiera

Una imagen del día de Sant Jordi.

Una imagen del día de Sant Jordi. / JOAN PUIG

JENN DÍAZ

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Nos sentamos a la mesa, Ferran Torrent nos ha traído al Carmina para que probemos un buen arroz. No podríamos tener mejor anfitrión y sí, pedimos un arroz con alcachofas y sepia delicioso, pero yo peco y no bebo vino, siempre hago lo mismo. Al momento ya estoy entrando en ese terreno que detesto como autora: le pregunto a Ferran qué hay de verdad en 'Un dinar un dia qualsevol' y, ya ves, me doy cuenta: lo que nos parece más real a los lectores es, a menudo, el mayor y mejor trabajo de los autores. Los detalles, los personajes, una Valencia hermosa y atractiva... todo eso es cierto, pero los grandes acontecimientos, lo que hacen de una novela que sea inolvidable, todo eso se lo ha trabajado Ferran: menos los arroces, que ya veo que son marca de la casa.

Nos acabamos de conocer pero no tengo esa sensación. Por ejemplo, antes de que mencione sus puros estrechos y elegantes, ya sé qué tipo de tabaco fuma. Incluso domino su sentido del humor. Sé que es del Barça, y Dani sabe que debe felicitarlo porque el Levante sube a Primera. Sabemos cosas de Ferran, pero todavía nos queda el de verdad, el que sabe mejor que nadie cómo esconderse entre faroles, buenas comilonas y corrupción. Diría que el Llargo, el Messié y los hermanos Torres nos acompañan a la mesa, pero nadie puede verlos.

EL CALOR HÚMEDO DE VALENCIA

Nos cuenta algunas cosas de su nueva novela, y es como si compartiéramos familia lejana: primos segundos —por algo en catalán se utiliza eso del primo valenciano—, tías abuelas, sobrinos de nietos... en fin, esa gente que conoces, que te interesa, pero con quienes no convives. Los personajes de Ferran, que se trasladan a una segunda novela me resultan del todo familiares. Nos reímos, los hombres rebañan de la paella directamente y acaban el vino... y no podemos con ninguna clase de postre. Carmina ha cumplido con nuestras expectativas.

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Cuando nos marchamos, el calor húmedo de Valencia que tanto molesta a Marc Sendra y a Ferran Torrent nos acompaña hasta la despedida. En ese momento empiezo a pensar en esta crónica, en la que quiero hablar, sobre todo, de cómo vivimos los escritores nuestra escritura. O, mejor dicho, la promoción tiránica de nuestra escritura. Ferran, él lo sabe y sus editores también, es un gran negociador. Ha dado con la fórmula mágica: la independencia. No, no hablamos de política, haya paz.

Mientras comíamos sentía una envidia muy sana por su estilo de vida, que es exactamente el que yo he proyectado para el futuro. En un mundo como el de hoy, con un sector editorial absolutamente desbordado e impaciente, Ferran escribe y sobrevive como puede, sin grandes fortunas, pero con pequeños lujos imprescindibles. Habla de su trabajo lo justo y necesario, pero sobre todo trabaja para la literatura, no para el sistema cultural. Desde el primer momento te das cuenta de que la vida bohemia que te habías imaginado, de retiro y silencio, no existe: presentaciones, entrevistas, clubs de lectura. Todo lo que implica haber publicado un libro, te alejará con cada promoción de la escritura del siguiente libro. Ferran ha sabido cómo salirse de la ruleta rusa... pero, claro, se trata de un jugador experto.