Arquitectura peripatética
La creación de conocimiento se facilita con espacios que alimenten la conversación y la reflexión
Jorge Wagensberg
Facultad de Física de la Universitat de Barcelona
JORGE WAGENSBERG
La arquitectura ordena el espacio para crear un dentro y un fuera, un fuera sometido a los caprichos y fluctuaciones del resto del mundo, un dentro donde cierta función debe cumplirse con cierta idoneidad. Es la vida misma: almacenar, reunir, esconder, proteger, competir, fabricar, guardar, archivar, contemplar, crear conocimiento… La arquitectura tiene estructuras, materiales y formas, pero, sobre todo, tiene funciones. ¿Puede ayudar la arquitectura a que lo que ocurra en su interior ocurra mejor? Claro que puede, aunque las cosas no siempre se plantean de esta forma.
Cada actividad humana define así una disciplina de arquitectura distinta, la del espacio donde aquella se puede desplegar mejor, esto es, una arquitectura especial para cada forma de conocimiento. Con ella se concebirían escuelas, universidades, institutos de investigación, conservatorios, museos, bibliotecas, incluso templos… En otras palabras, ¿puede una arquitectura ayudar a que una escuela o universidad sea mejor? ¿Hasta dónde puede contribuir un arquitecto para favorecer la tarea de un museólogo? ¿Puede influir la arquitectura en la producción científica de un gran laboratorio y en su trascendencia?
Una prueba de que todas estas preguntas tienen respuesta se presentó esta semana en el Colegio de Arquitectos de Barcelona. Es el proyecto del estudio barcelonés de Octavio Mestre y de Francesco Soppelsa sobre el nuevo auditorio del CERN en Suiza. El CERN es el mayor proyecto científico del planeta después de la Estación Espacial Internacional y en él trabajan más de 10.000 científicos de diversos colores y formaciones. El proyecto reemplaza ahora a un conjunto de barracones prefabricados donde los pensadores de este descomunal equipo discutían y debatían sus resultados.
HABLAR CON LOS DEMÁS Y CON UNO MISMO
¿Qué puede hacer la arquitectura para favorecer la creación de conocimiento? Pues sobre todo dos cosas. Adquirir nuevo conocimiento se basa en otras dos actividades humanas fundamentales: la conversación y la reflexión. En realidad se trata de dos clases de conversación: hablar con los demás y con uno mismo. Desde Aristóteles a Cambridge sabemos que nada mejor para avanzar en el conocimiento que pasear conversando. Es el método peripatético. Naturalmente, el mínimo son dos personas y la historia del conocimiento está trufada de ilustres parejas peripatéticas que han practicado el método con pasión. A Albert Einstein se le conocen varios pares ilustres: su amigo de juventud, el ingeniero Michel Besso (con el que paseaba por Zúrich), Niels Bohr (con el que discutió los aspectos menos intuitivos de la física cuántica) o el celebérrimo matemático Kurt Gödel con el que caminaba diariamente entre el Instituto de Princeton y su casa… (Eran, eso sí, peripatéticos de exteriores).
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Tres personas ya forman un interesantísimo triángulo en el que uno habla y dos escuchan. Con cuatro nos acercamos al límite de la eficacia del método y con más las interrupciones empiezan a nublar el panorama. Los campus universitarios no están en general muy pensados para este tipo de conversación. No hay espacios idóneos para la práctica del pasear conversando. Lo más parecido quizá sea la cafetería que muchos ya sospechábamos como la parte más creativa de una facultad. Aulas de más de cien alumnos son un error arquitectónico radical. Solo sirven para ceremonias o clases magistrales y, como es bien sabido, poco o nada se aprende en ellas.
ESPACIO ARQUITECTÓNICAMENTE VACÍO
El auditorio del CERN de Mestre y Soppelsa está concebido en torno a un espacio arquitectónicamente vacío por el que se puede pasear física, visual y mentalmente desde cualquier otro punto del edificio. Desde cualquier despacho, desde cualquier mesa, desde cualquier sala o desde cualquier pasillo, la mirada puede saltar del interlocutor a la naturaleza: conversación-reflexión, reflexión-conversación…
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Pero en un centro de investigación científica también se necesitan grandes salas para presentar resultados y teorías con solemnidad. Los mismos auditorios del CERN han vivido momentos históricos que siguen aún en la retina de los testigos. Algunos memorables, como la comunicación, tras 40 años de búsqueda, del bosón de Higgs. También han sonado falsas alarmas como la presunta detección de partículas superlumínicas que hiciera tambalearse unos días a la mismísima teoría de la relatividad. ¿Cómo ha de ser una sala para que estimule la crítica y la discusión de resultados? Sabemos que debe parecerse más a un parlamento que a un teatro, a la sala de anatomía de Florencia que a un templo. Es un espacio, en fin, donde tan natural es mirar por la ventana como observar la expresión del interlocutor.
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