CONTRAPUNTO
Del aroma de corrupción a las pruebas
Las conversaciones telefónicas dejan en evidencia a políticos y corruptores
Salvador Sabrià
Periodista
SALVADOR SABRIÀ
Los casos de corrupción, que tanto perjudican no solo a la moral de la sociedad sino también a su economía, como reflejaba Albert Sáez, son en si mismos difíciles de detectar por su propia naturaleza porque solo pueden existir en un clima de opacidad. Cuando aparecen críticas a los medios de comunicación catalanes por no haber ido más allá en la denuncia de este tipo de casos no se puede olvidar que la mayoría de los que ahora llenan los juzgados lo hacen gracias a las pesquisas policiales, realizadas con métodos autorizados por los jueces y a los que el periodismo no tiene acceso.
Los grandes escándalos se han destapado o por la filtración interesada de uno de los implicados (es de manual la denuncia del gerente del 'caso Filesa' o las 'confesiones' de Millet y MilletMontull), o por alguna casualidad o, sobre todo, por las derivadas de las conversaciones telefónicas interceptadas, con autorización judicial, por los diferentes cuerpos de seguridad, y más recientemente de las telecomunicaciones digitales.
Cuando empezaron a salir a la luz este tipo de casos de corrupción, dirigentes del Partido Popular, entonces en la oposición, pusieron sobre la mesa la posibilidad de impedir el uso del sistema Sitel utilizado para la interceptación telefónica, y posteriormente insistieron ya desde el Gobierno. Un inspector muy condecorado, de ideología próxima a los populares pero ante todo un buen policía, me expresó su indignación e incredulidad sobre lo que se estaba proponiendo, teniendo en cuenta lo útil que estaba siendo esa herramienta no solo para casos de corrupción, sino para descubrir todo tipo de delitos, de forma destacada del narcotráfico y el terrorismo.
Estos días se está viendo que el inspector tenía toda la razón. Lo constatan los juicios de los casos del Palau de la Música, de Pretoria o tantos otros en los que las palabras grabadas de políticos y corruptores los dejan en evidencia y contrastan con la teórica práctica impoluta de los concursos públicos de adjudicaciones de obras, por ejemplo. Gracias a estas comunicaciones interceptadas se podrá saber si las denuncias de trabajadores de GISA sobre sistemas para apañar concesiones eran solo sospechas o realidades. Un concurso puede ser perfecto, pero estar preparado de tal forma que solo entren en el grupo final los que hayan pagado previamente un peaje, o se hayan comprometido a hacerlo posteriormente, siempre de forma opaca y por lo tanto solo posible de detectar en el momento en el que se produce o que se explique en una conversación o comunicación interceptada. Y siempre acaba siendo menos difícil lograrlo si a los implicados les pierde la prepotencia. Por la boca muere la corrupción, o al menos una parte de ella.
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