Gente corriente

Ariadna Martí: «Pensamos que estamos liberadas, pero ¡qué va!»

Mamá payasa. Trapecista de formación, descubre el poder de la nariz roja fuera del escenario, en lo cotidiano.

«Pensamos que estamos liberadas, pero ¡qué va!»_MEDIA_3

«Pensamos que estamos liberadas, pero ¡qué va!»_MEDIA_3

GEMMA TRAMULLAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Que levante la mano quien recuerde a su padre contando chistes o haciendo tonterías para hacer reír a la prole. Bien. Y ahora que levante la mano quien recuerde a su madre por su sentido del humor. ¿Alguien? Ariad-

na rompe con la imagen de madre superada por la crianza, el trabajo y la casa. Es trapecista y payasa, una de las Pallasses Power, seis mujeres con la nariz roja que ayer actuaron en La Cuina del Centre de Cultura de Dones Francesca Bonnemaison.

-¿Por qué la mayoría de mujeres somos tan rematadamente serias?

-Nos pensamos que estamos liberadas, pero ¡qué va! Hay mucho trabajo por hacer. Con la asociación Projecte Vaca hacemos lecturas dramáticas y vemos que los temas de los que las mujeres necesitan hablar son tremebundos: marginación, violación, tortura, abandono...

-Y yo que creía que por fin íbamos a reír con una entrevista...

-Las Pallasses Power no buscamos gags ni números tradicionales a lo Colombaioni, sino que partimos de nosotras mismas, buscamos quién somos y con qué cargamos. En el espectáculo acaba saliendo el tema femenino inevitablemente, porque las mujeres aún tenemos muchas ganas de hablar de cosas que nos han hecho daño.

-¿Ni siquiera con la nariz roja podemos dejar de ser trascendentes?

-Nosotras venimos de la escuela de Virgina Imaz y utilizamos nuestras taras físicas y psicológicas (entre comillas), nuestros bloqueos y traumas para reírnos de ellos. La nariz roja es una máscara que te permite enfrentarte a las cosas con una mirada nueva, como si la vida fuera un juego; te la pones y ya eres otra. Eso es tan sanador y liberador que cuando lo descubres ya no lo dejas ir.

-Suena a autoayuda.

-Yo no lo planteo como una autoayuda, porque hacer reír es muy difícil, pero está claro que el humor desbloquea tensiones.

-Pero el payaso es un ser rebelde, no un coach.

-El payaso en realidad se ríe de sí mismo y para sobrevivir necesitamos distancia e ironía. Por eso, cuando una sociedad está en crisis, el payaso sale como revulsivo.

-¿Por qué hay tan pocas payasas?

-Porque es muy transgresor. La mayoría de mujeres se disfrazan y hacen de carablanca, que es la parte seria del payaso, y no de augusto, que es el más tonto.

-¿De qué nos cuesta más reírnos?

-Del cuerpo. ¿De qué se habla cuando una mujer está en publico? Del cuerpo. Las mujeres hacemos muy poca broma con nuestro cuerpo. Los hombres pueden jugar alegremente con sus partes, pero yo salgo a la pista con cuatro capas: bragas, medias, maillot y falda.

-¿En casa también lleva la nariz roja puesta?

-La llevo incorporada y decido cuándo me la pongo y cuando me la quito. Con mi hija Alina, que ya es preadolescente, estamos en un momento en que ella necesita reivindicar quién es y yo aún tengo que imponerle cosas. Cuando el enfado ya no va a ningún lugar, le damos la vuelta, cambiamos la mirada: «¡Uy, ya vienen las hormonas! ¡Escondámonos, que no nos atrapen!»

-¿Y funciona?

-El mero hecho de expresarlo desde la ironía desencalla la situación.

-¿De qué tara propia ha conseguido reírse?

-Tengo la compañía Circòsmic y hace muchos años que me dedico al trapecio, que requiere mucho sacrificio de horas y horas, dolor, agujetas... ¡Es tan divertido poderme reír de todo ese sufrimiento!

-Charlie Rivel también fue trapecista antes que payaso.

-El payaso tradicional viene del artista de circo que se ha hecho mayor y ya no puede subir al trapecio o hacer acrobacia. Yo ya tengo 46 años y no creo que siga más allá de los 50.

-¿A sus padres les hizo gracia que quisiera ser trapecista?

-Me dejaron hacer, que ya es mucho. Era una niña que se subía a todas partes: a una estantería, a un árbol... Estudié teatro y luego hice trapecio en la escuela El Timbal.

-Siendo trapecista no tendría pánico escénico a salir con la nariz.

-En el trapecio te escuda la parte física, la gente mira la dificultad, la habilidad, no la expresión; en cambio con la nariz te miran a ti. Da miedo ponerse una nariz y pensar que no se reirá nadie. Pero como yo empecé de mayor dije: «Si no se ríen, da igual». Y este no esperar nada es fantástico, es lo que te da más poder.