Apología de lo pequeño

Es temprano y aún no ha despuntado el día. Atraviesa la calle un autobús cargado de caras soñolientas. ¿Adónde irán los ocupantes? Alguien a la oficina, se supone. Otros, camino del cole con los críos. Tal vez a una cita con el médico o a uno de esos cursillos para desempleados. Puede que algún pasajero haya pasado la noche en vela intentando calcular cuánto le quedará de pensión en la página de la Seguridad Social colapsada en su estreno.

    Las luces internas del bus, todavía prendidas, tiñen los rostros con una pátina de artificio, como si todas esas servidumbres cotidianas, que parecen mediocres a fuerza de repetirlas, de poco vuelo, fuesen menos reales que el momento histórico que transitamos: el 'procés' y sus consecuencias. Como diría John Lennon, la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes.

    Mañana el Parlament aprobará presumiblemente la resolución de ruptura con España y, a buen seguro, el martes Rajoy ya habrá pedido el recurso de inconstitucionalidad. Y así, suma y sigue, 'embolica, que fa fort', con el culo al aire, a la intemperie, sin saber quién manda aquí ni quién lo hará en Madrid tras el 20-D. Una, algo papanatas, creía que la política era el reino del posibilismo, donde se solucionaban los problemas de los ciudadanos, el laboratorio del bien común. Al final, quiero creer, se impondrá la cordura de los puentes.

    Mientras tanto, tal vez haya que buscar refugio en lo cotidiano, en las palabras, el cuidado, la relación con el otro, la familia, la mirada atenta, en el tiempo detenido, en lo que propone Josep Maria Esquirol en 'La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad' (Acantilado / Quaderns Crema). En el milagro de «el plato en la mesa, el aceite, el pan», que así comienza el libro. En esa otra dimensión de las personas que, cuando les preguntas cómo están, te contestan: «Vamos tirando».