ANÁLISIS

Que pase el siguiente

Catalunya no es un problema sino la coartada perfecta para rehuir explicar cuanto incomode a Rajoy

Comparecencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Congreso.

Comparecencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Congreso. / periodico

Antón Losada

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No llevamos ni una semana del nuevo curso político y ya están todas las cartas encima de la mesa. El pleno sobre corrupción, que tantos se empeñan en decir que sirvió para nada, resultó de extrema utilidad para que los actores políticos revelasen el futuro de sus estrategias; además de para constatar que, por primera vez, Mariano Rajoy y el Partido Popular se han quedado sin respuestas frente a su corrupción y les vale todo como parapeto.

La prioridad del ejecutivo seguirá centrada en reforzar su imagen institucional de cordura y sensatez en una España de radicales y secesionistas mientras nos cuenta un idílico cuento económico: el Gobierno en el país de las maravillas. El partido y sus portavoces se quedan en exclusiva el trabajo sucio de enzarzarse con la oposición arreando golpes al hígado o a la entrepierna. Para todo lo demás está Catalunya y, en caso de emergencia, Venezuela e Irán, que vuelve con fuerza. Pocas veces quedó tan claro que, para Rajoy y su partido, Catalunya no es un problema sino la coartada perfecta para rehuir explicar cuanto le incomode y retener como rehén a una izquierda española acomplejada cuando habla de soberanía.

La oposición parece también continuar empeñada en concentrar el fuego sobre el flanco de la corrupción. Se entiende que Ciudadanos o el PNV compren el discurso oficial en materia económica dado que tratan de amortizar su inversión. Cuesta más comprender que el PSOE o Podemos demuestren poca capacidad y empeño en cuestionar las medias verdades del 'Marianismo' económico y hacer de la desigualdad y la precariedad social su principal argumento. Lo que retiene al PP en la intención de voto de hace dos años no es la corrupción, sino la evidencia de que la trompeteada recuperación no llega ni a las vidas ni a los hogares de la mayoría de los votantes.

Hasta aquí nada nuevo, hemos visto esta película varias veces. Pero no se confíen, vienen novedades interesantes. La primera es que el presidente ha cambiado de némesis. Su mayor rival y banco favorito ya no es un Pablo Iglesias cada vez más ocupado en lidiar con los suyos y con las encuestas sino el PSOE y, como él mismo ironizó, los sucesivos portavoces que le vayan mandando. Los socialistas creen que lo hace porque los percibe como alternativa. Puede ser. Pero a lo mejor lo hace porque esa ha sido la estrategia que le ha asegurado la Moncloa: dividir a la alternativa distinguiendo a uno e ignorando al otro a conveniencia para exacerbar su extrema competencia interna. También puede ser que lo haga porque así aumenta la confusión socialista, evidenciando que su teórico candidato no está en el Congreso para ejercer como tal.

La segunda novedad afecta al socio principal de los Populares. Parece claro que Albert Rivera ha decidido separarse de Rajoy pero acercarse mucho más al Partido popular. Una maniobra que solo puede acabar de dos maneras: o con el presidente yéndose a su casa, o con los populares dándose un festín con el electorado de Ciudadanos.