Dos miradas

Antihistoricismo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La política puede ser entendida como un juego de la inmediatez y del análisis teórico del momento que desemboca en una determinada acción fulminante o se puede entender como una evolución histórica en la que cada uno juega un papel en función de su propia tradición, de la tradición del país y de la adecuación de las ideologías en el debate del presente. Este segundo caso es el evidente marco de la habitual práctica de la derecha convencional, la cual, con un perfil más o menos social, aboga por la pervivencia de unos intereses económicos a partir de una praxis legislativa y ejecutiva que los ampara y los protege. Con otras variantes, la socialdemocracia también participa de este esquema. Como también se incluyen en él los movimientos populares que no responden a fórmulas de laboratorio sino que beben de referentes como el anarquismo o el situacionismo.

La trampa intelectual de Podemos es esta: se presenta como un relámpago contemporáneo y rechaza cualquier vínculo con la evolución diacrónica. La novedad, sin embargo, no es tal, sino que proviene de unos orígenes concretos. En su caso, un populismo que se basa en la arenga y en el antihistoricismo redentorista. En este país, lo que aporta Podemos ya existió a principios del siglo XX. El sarcasmo de Pablo Iglesias contra el abrazo de Mas y David Fernández dice más que mil programas. Nos hace ver que está por encima de la historia, instalado en el hoy. Y esto siempre ha tenido consecuencias nefastas.