Año V después de Zapatero
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
Enric
Hernàndez
Inmersos como están en la dispersa campaña electoral, los actores (y actrices) de la nueva y la vieja política no se han detenido a conmemorar el quinto aniversario de la Nueva Era. Y eso que la carrera política de todos ellos no sería la misma, o ni siquiera se hubiera iniciado, si aquel 12 de mayo del 2010 José Luis Rodríguez Zapatero no hubiera roto en mil pedazos, muy a su pesar, las Tablas de la Transición.
Cabizbajo, el entonces presidente compareció ante el Congreso con un discurso de 16 folios escrito al dictado de los acreedores de España, con Angela Merkel a la cabeza. Hasta Barack Obama le había llamado la víspera para asegurarse de que la claudicación del líder socialdemócrata sería incondicional. Y a fe que lo fue: el penúltimo valedor europeo de la doctrina keynesiana --la misma que a EEUU le valió para combatir y batir la crisis del 2008-- hincó las rodillas en el estrado para anunciar un recorte del gasto público de 15.000 millones, el mayor de la democracia. La lista de damnificados era inacabable: pensionistas, funcionarios, dependientes, padres, empleados, parados... Con una pistola en la sien, Zapatero firmó así el acta de defunción electoral del PSOE y ofrendó la Moncloa al PP de Mariano Rajoy.
Aluminosis bipartidsta
Pero hizo mucho más: la traición a la izquierda y a las clases desfavorecidas detonó la indignación social, zarandeó los equilibrios políticos forjados en la Transición y dinamitó un edificio bipartidista cuya aluminosis había pasado hasta entonces desapercibida. La revuelta social cristalizaría en el 15-M, en la eclosión del independentismo en Catalunya y en la atomización de la oferta electoral, a derecha e izquierda. La crisis institucional estaba servida.
Este lustro ha vivido el fin de las cajas, una abdicación real, la quiebra emocional entre Catalunya y España, la renuncia de dos líderes del PSOE y el derribo de tótems del porte de Pujol o Rato. Los políticos nacidos de la ira pretenden derrocar a quienes la provocaron, y estos los demonizan pero suspiran por pactar con ellos. Lo nuevo apenas lo parece, lo viejo se resiste a ser renovado. Nadie se fía de nadie. Si el 2010 nos robó la candidez, el 2015 amenaza con hundirnos en el cinismo. Evitémoslo.
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