Año V después de Zapatero

Enric
Hernàndez

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Inmersos como están en la dispersa campaña electoral, los actores (y actrices) de la nueva y la vieja política no se han detenido a conmemorar el quinto aniversario de la Nueva Era. Y eso que la carrera política de todos ellos no sería la misma, o ni siquiera se hubiera iniciado, si aquel 12 de mayo del 2010 José Luis Rodríguez Zapatero no hubiera roto en mil pedazos, muy a su pesar, las Tablas de la Transición.

Cabizbajo, el entonces presidente compareció ante el Congreso con un discurso de 16 folios escrito al dictado de los acreedores de España, con Angela Merkel a la cabeza. Hasta Barack Obama le había llamado la víspera para asegurarse de que la claudicación del líder socialdemócrata sería incondicional. Y a fe que lo fue: el penúltimo valedor europeo de la doctrina keynesiana --la misma que a EEUU le valió para combatir y batir la crisis del 2008-- hincó las rodillas en el estrado para anunciar un recorte del gasto público de 15.000 millones, el mayor de la democracia. La lista de damnificados era inacabable: pensionistas, funcionarios, dependientes, padres, empleados, parados... Con una pistola en la sien, Zapatero firmó así el acta de defunción electoral del PSOE y ofrendó la Moncloa al PP de Mariano Rajoy.

Aluminosis bipartidsta

Pero hizo mucho más: la traición a la izquierda y a las clases desfavorecidas detonó la indignación social, zarandeó los equilibrios políticos forjados en la Transición y dinamitó un edificio bipartidista cuya aluminosis había pasado hasta entonces desapercibida. La revuelta social cristalizaría en el 15-M, en la eclosión del independentismo en Catalunya y en la atomización de la oferta electoral, a derecha e izquierda. La crisis institucional estaba servida.

Este lustro ha vivido el fin de las cajas, una abdicación real, la quiebra emocional entre Catalunya y España, la renuncia de dos líderes del PSOE y el derribo de tótems del porte de Pujol Rato. Los políticos nacidos de la ira pretenden derrocar a quienes la provocaron, y estos los demonizan pero suspiran por pactar con ellos. Lo nuevo apenas lo parece, lo viejo se resiste a ser renovado. Nadie se fía de nadie. Si el 2010 nos robó la candidez, el 2015 amenaza con hundirnos en el cinismo. Evitémoslo.