La rueda

Año que muere, año que nace

RAMON FOLCH

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La mayoría de los humanos de todos los tiempos están muertos. La mayoría de los pensadores, artistas o científicos a que se remite nuestro imaginario han desaparecido. También nos han dejado la mayoría de personas corrientes. Y la mayoría de sujetos prescindibles o abominables. La historia es un paisaje poblado de innumerables fallecidos. La excepción fugaz somos los vivos provisionales.

Tres personas de mi entorno con quienes empecé diciembre no podrán celebrar el Año Nuevo. Primero partió Rafael Llussà, decano de la Facultat de Geografia de la Universitat de Girona, con quien compartí un acto académico apenas cuatro días antes. Después se fue José María, el bondadoso conserje que me saludaba cada mañana. Y finalmente dejó radio, diario y amigos Joan Barril, amigo incluso antes de relacionarme personalmente con él, cuando era la primera voz que escuchaba cada mañana, cuando su programa comenzaba con el día.

Ahora está por dejarnos 2014. Los años también mueren. Duran un giro de la Tierra alrededor del Sol, por eso son un año. No existen físicamente, de hecho. Son una convención y nos ayudan a medir esa otra idea subjetiva llamada tiempo. Los años no existen, pero nos permiten situar en la historia los hechos que sí existieron. Estamos a punto de estrenar uno nuevo, que llamaremos 2015 porque hará 2015 giros heliocéntricos que nació, o no, Jesús de Nazaret.

En suma, una buena inocentada, propia de la jornada de hoy. Antes, cada 28 de diciembre los niños colgábamos 'llufes' a la gente distraída. Ahora ya no. Es una pena. Era una broma ingenua que ayudaba a conllevar la trágica broma irremediable de lo efímero de la existencia. Los que aún estamos debemos agradecer a quienes nos precedieron la herencia recibida, que es casi todo. ¡Gracias, humanos que fuisteis; bienvenido, año que llegas!